Como dice Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios Nacionales: «Ahora voy a hablar de las guerrillas, que son la verdadera guerra nacional, del levantamiento del pueblo en los campos, de aquellos ejércitos espontáneos, nacidos en la tierra como la hierba nativa, cuya misteriosa simiente no arrojaron las manos del hombre; voy a hablar de aquella organización militar hecha por milagroso instinto a espaldas del Estado, de aquella anarquía reglamentada, que reproducían los tiempos primitivos». El fenómeno de la guerrilla surgió como reacción a los desmanes que las tropas francesas cometieron durante la invasión napoleónica, así partidas de guerrilleros aparecieron por todo el territorio nacional para combatirlas.
El movimiento de resistencia patriótica surgido en la comarca del Henares tuvo unos comienzos con actuaciones algo anárquicas y dispersas que evolucionaron hasta organizarse como un ejército regular sujeto a órdenes de autoridades civiles, bien de las juntas provinciales o de la Central.
De todos sus lideres el más famoso apareció en escena en septiembre de 1809, un vallisoletano de 33 años, Juan Martín Díaz «El Empecinado» (1775-1825), hijo de labradores acomodados que a los 18 años se alistó en el ejército y participó en la campaña del Rosellón contra los franceses entre 1793-1795, donde aprendió el oficio de las armas, cuyas dotes de mando le convirtieron en el más destacado de aquellos líderes guerrilleros.
Contra toda creencia no es debido a lo obstinado de su carácter por lo que se le llamaba Empecinado, sino por la pecina, el cieno negro de aguas en descomposición que el arroyo Botijas llevaba a su paso por su pueblo natal, Castrillo de Duero, y que hacía que a sus habitantes se les llamara despectivamente «empecinados», referido a personas de sucio y poco cuidado.
Aunque los triunfos cosechados por el vallisoletano acabaron limpiando su apodo y el de sus paisanos, quedando el vocablo «empecinamiento» para describir un rasgo del carácter obstinado o pertinaz como el que mostró en la consecución de su ansiada libertad durante, y después de la Guerra de la Independencia.
Según lo describió el novelista Benito Pérez Galdós en su Episodio Nacional titulado «Juan Martín el Empecinado», en la que el escritor canario narra las peripecias de Gabriel de Araceli, huérfano gaditano que sirve en las milicias guerrilleras comandadas por el Empecinado durante la contienda, y describe de modo exhaustivo la forma de vida en la guerrilla y los diferentes tipos humanos que en ella participaron, «…era un guerrillero insigne que siempre se condujo movido por nobles impulsos, generoso, leal y sin parentela moral con facciosos…», y al que dudaban si calificar como bandolero, loco o héroe.
Los franceses permanecieron en Alcalá de forma casi ininterrumpida durante cinco años e hicieron de ella su centro de operaciones desde donde partían en busca de botín por toda la comarca.
El Empecinado capitaneó una partida de guerrilleros con la que mantuvo en jaque a las tropas francesas hasta el final de la guerra, siendo uno de sus principales feudos las actuales provincias de Guadalajara y Cuenca.
Apareció en el Valle del Henares con un centenar de guerrilleros establecidos en Cogolludo, y en numerosas ocasiones actuó en las inmediaciones de Alcalá: otoño de 1809, junio de 1811, julio de 1812 y en abril de 1813, en que volvió a liberar la ciudad brevemente.
Aunque un mes antes de la revuelta del 2 de mayo de 1808 en Madrid, ya había realizado sus primeras acciones contra el invasor al comenzar a interceptar correos franceses, detener convoyes y capturar soldados franceses en la carretera que une Burgos con Madrid por Somosierra.
Tanto daño hacían sus escaramuzas entre las tropas francesas que un año después de hacerse famoso se le ofreció el perdón por escrito y su adhesión al partido josefino, el cual rechazó.
Ante la astucia del guerrillero, Napoleón nombró al general Joseph Léopold Sigisbert Hugo (1773-1828), padre del escritor francés Víctor Hugo y gobernador de José Bonaparte, como perseguidor exclusivo del «Empecinado» y sus huestes.
La partida de El Empecinado hostigó a los franceses incansablemente en la comarca del Henares desde casi el inicio del conflicto. Y su participación fue crucial en la liberación de la ciudad por ser el vencedor de la acción de guerra más destacada que tuvo lugar en el municipio.
Como calificaba muy acertadamente el periodista alcalaíno Pedro P. Hinojos «El 2 de mayo complutense tuvo lugar otro día de mayo, el 22, pero de 1813», y fue debido a la batalla del Zulema, en la cual las tropas del «Empecinado» liberaron a Alcalá.
El puente que da nombre a la batalla, de construcción romana, originalmente estaba situado a un centenar de metros, aguas abajo del actual pues aquél fue destruido por la explosión de un polvorín militar en 1947.
Era la segunda vez en poco tiempo que se encontraban ambos contendientes en este punto a orillas del río Henares, y aunque los franceses sorprendieron a los empecinados sin preparativo alguno en la ciudad, fue la rápida retirada hacia el puente la que culminó con la toma de éste y retirada de los franceses.
Las crónicas de los historiadores decimonónicos como Esteban Azaña y Juan Domingo Palomar elogiaron este éxito como si hubiera sido una batalla de grandes dimensiones. Pero no se podría catalogar entre las más encarnizadas que protagonizó el líder guerrillero puesto que solo hubo tres bajas por cada bando.
Según el investigador Luis Miguel de Diego Pareja los franceses tuvieron que retirarse al llegar la caballería de el Empecinado, que estaba alojada en Ajalvir, para evitar quedarse atrapados entre dos fuegos.
La población alcalaína, agradecida al verse libre de otra oleada de saqueos, consideraron que aquella acción fue una gran victoria. A su magnificencia contribuyeron, posteriormente, los cronistas locales y los hagiógrafos del guerrillero.
La deuda que los alcalaínos adquirieron con este patriota se saldó con el levantamiento en 1814 de un monumento que el propio Fernando VII consintió en dedicarle, mucho antes de caer en desgracia, para conmemorar aquella victoriosa batalla que tuvo lugar junto al puente Zulema.
Los cronistas de la época lo describieron como una especie de pirámide, puede que fuera más bien el arranque de un obelisco similar al que se levantó en su memoria en 1837 en Burgos, aunque es difícil saberlo pues nunca llegó a terminarse por la falta de fondos, y no existe ilustración alguna ni descripción del monumento.
Se desconoce incluso su ubicación primera en los alrededores del puente, en la cual fue destruido en 1823 por la furia absolutista desatada tras la abolición del régimen liberal implantado tres años antes. Se pretendía que este homenaje estuviera asociado a una solemne función de gracias a las Santas Formas, «porque en el mismo dia que se habian de haber celebrado sus visperas ocurrio esta batalla» (sic). Aunque el rey dio su visto bueno a este proyecto, exigió una modificación del texto de la inscripción prevista para la lápida, para que se le mencionara explícitamente.
La inscripción corregida rezaba: «La Ciudad de Alcalá de Henares dedica este monumento á la memoria de las Valientes tropas de S. M. el Sr. Fernando Séptimo mandadas por D. Juan Martin el Empecinado, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos, en reconocimiento de haber salvado á sus moradores del saqueo y la muerte, arrollando y batiendo á los franceses la mañana del 22 de Mayo de 1813 que en doble número atacaron por este puente».
El 23 de marzo de 1816 las autoridades municipales colocaron el basamento de la pirámide y se prolongó la solemnidad del acto hasta el día siguiente con funciones religiosas, repiques de campanas e «iluminación general».
La arenga carecía de dimensión política alguna. El obelisco inacabado fue destruido en 1823 por las que el historiador Esteban Azaña calificó como (…) frenéticas turbas, que ya no ven en ella el recuerdo del libertador de Compluto, del guerrillero que tanto diera que hacer á los batallones franceses, sino por el contrario, ven un monumento que recuerda la existencia de un general constitucional que ha perdido todos los derechos que tiene á la gratitud del pueblo, por el solo hecho de ser liberal, de haber servido al gobierno defensor del codigo gaditano (sic).
La destrucción de este monumento coincidió con la caída en desgracia y arresto de El Empecinado.
Habría que esperar hasta 1879, siendo alcalde el citado historiador, para volver a tratar el tema del monumento a El Empecinado. Fue el 9 de octubre de ese año cuando se inauguraron la estatua del autor de El Quijote en la plaza, obra de Carlo Nicoli, y el busto de El Empecinado, que se emplazó en la plazoleta existente frente al antiguo Colegio-Convento de la Merced, entonces sede de la Escuela de Equitación, la Escuela de Herradores y Depósito de Sementales, dándosele también su nombre a la calle que la atravesaba, antes de las Carnicerías, y la misma por la que entró victorioso en la ciudad tras la batalla del Zulema.
Consistía en una sencilla columna de orden toscano coronada por un busto de hierro fundido encargado a Francisco de Asís Graciani Pastor (1832-1889) que, según el investigador José Carlos Canalda, hacia 1860 se trasladó a Alcalá contratado por el cabildo de la Magistral como restaurador, supuestamente de las imágenes que se conservaban en ella.
Sin embargo no es ese busto el que en la actualidad podemos ver sobre la columna. Al parecer representaba al guerrillero con uniforme y grandes hombreras, y como comentó el citado alcalde, además de ser tosco tenía «cierto aspecto afrancesado que cuadraba mal con el carácter del personage«.
Así que volvió a encargarse otro al mismo escultor, Pedro Nicoli, fundido en bronce florentino, y no en hierro como el anterior en 1882, que es el que podemos ver en la plazuela de la calle Empecinado. El busto desechado quedó arrinconado en los almacenes municipales durante más de cien años, y previa restauración, fue instalado en la sala de la Comisión de Gobierno del Ayuntamiento.
La columna no se reemplazó. En la parte media del fuste se colocaron dos sables cruzados orlados por una corona de laurel. El plinto de piedra caliza que sustentaba el monumento desde el principio llevaba una leyenda en letras de bronce que decía 22 de mayo de 1813. 1879, que desapareció poco después como dice el propio Esteban Azaña en su Historia de Alcalá de Henares.
También desapareció la verja de forja que rodeaba el monumento, obra de Vicente Saldaña, de la cual se hizo una copia en 2002, que se instaló en el renovado jardincillo que lo rodeaba, con motivo del 120 aniversario de la inauguración del busto de Nicoli (1882) que hoy puede verse entre los frondosos setos de aquella remodelación.
No se puede terminar una semblanza del Empecinado sin mencionar su trágico e injusto final. Acabó la contienda con el grado de Mariscal de Campo. Fernando VII le concedió el privilegio de usar el renombre de «El Empecinado» para sí, sus hijos y descendientes. Fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando.
Hasta 400 artículos le dedicó la prensa nacional en los seis años que duró la guerra, pero durante la Regencia a causa de sus ideas liberales, fue postergado por el mismo rey que le había distinguido, al que combatió como liberal con la misma convicción con la que había luchado contra el invasor francés.
Su «empecinamiento» en seguir buscando la libertad le condujo durante la Década Ominosa (1824-1833) a un inesperado final. Mediante engaños fue convencido para que regresara del exilio portugués, y tras dos años de encarcelamiento, a la edad de 50 años, fue ahorcado por orden real, acusado de traición a la Corona, el 20 de agosto de 1825 en Roa tras ser exhibido en una jaula los días de mercado durante diez meses en los que sufrió insultos y vejaciones.
Inmerecido final para quien fuera el único guerrillero homenajeado por sus victorias tras la invasión napoleónica, y símbolo del pueblo que lideró la lucha contra los franceses.
Sin embargo, la justicia poética quiso que fuera retratado como héroe en dos obras fundamentales del arte y la literatura española por dos genios, Francisco de Goya y Benito Pérez Galdós, y por incontables autores en biografías, obras teatrales, poemas, artículos periodísticos, etc. mientras que el monarca, también retratado por aquellos geniales creadores, ha pasado a la posteridad como «el rey felón».
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Textos e imágenes de Complumiradas.
Leído por Isabel Anaya Especialista en Estrategia. Gerente de Grupo Villa Otium: Marketing Digital y Diseño Web estratégico.
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