En cuanto al templo. La de San Isidro es la ermita más moderna de todas las que hay en Alcalá. La levantó en 1650 Juan Castillejo, personaje distinguido del concejo alcalaíno, en cumplimiento de una disposición testamentaria de Diego de Portillo que había sido miembro de la Cofradía de San Isidro.
Se construyó sobre un solar de casi cuatro mil metros cuadrados adquiridos expresamente para tal fin por 440 reales, en las eras de Afuera que desde entonces llevarían el nombre del Santo. Alcalá era entonces una villa universitaria, pero eminentemente agrícola y levantar una ermita al santo labrador en tierras de labranza no era extraño.
De estilo barroco y construida en ladrillo con cajones de mampostería, tiene planta de cruz griega cubierta con una bóveda de cañón con lunetos en los brazos y cúpula con linterna cuadrangular en el crucero, rematada con bola, cruz y veleta. Su interior es muy amplio y luminoso para tratarse de una ermita. En el s. XIX se le añaden dos cuerpos más, el pórtico de la entrada y siguiendo el eje longitudinal en el otro extremo, otra edificación que actualmente es la sacristía. Es un edificio sencillo, pero armonioso, y está declarado Bien de Interés Cultural (BIC).
Como todo el patrimonio alcalaíno ha sufrido las consecuencias nefastas del devenir histórico. En 1808 los invasores franceses la utilizaron como cuadra y quemaron su retablo original para extraerle el pan de oro que lo recubría. No se sustituyó hasta 1885 en que una de las personalidades artísticas más influyentes de Alcalá, Manuel José de Laredo y Ordoño (1842-1896), coleccionista y amante del arte que fue arquitecto, restaurador y pintor, realizó un retablo «fingido».
Una pintura mural que simulaba la continuación de la propia arquitectura del edificio en un ábside semicircular abovedado, logrando un efecto perspectivo de gran realismo. En el trampantojo se representan las imágenes de la Inmaculada Concepción bajo un templete central, a su derecha Santa Bárbara y a su izquierda San Antón. Todo el mural enmarca la imagen de San Isidro que se encuentra en una hornacina.
Se explica la presencia de la Inmaculada porque era una de las dos fiestas que debía celebrar la Cofradía de Labradores, la presencia de San Antón porque había otra cofradía en la ciudad bajo la advocación del patrón de los animales, aunque tampoco desentonaría demasiado con el carácter labriego de la ermita. En cuanto a Santa Bárbara, el cronista oficial Vicente M. Sánchez Moltó cree que puede guardar relación con la existencia de algún regimiento militar de artillería establecido en la ciudad por aquellos años.
La imagen de San Isidro no es la original, pues fue destruida durante la Guerra Civil, y sustituida por otra tallada en madera de peral a comienzos de los años cuarenta por un grupo de reclusos de los Talleres Penitenciarios de Alcalá. La pareja de bueyes que acompañaban al santo originalmente también desaparecieron.
El cronista José García Saldaña también nos proporciona unos detalles muy interesantes y poco conocidos sobre la ermita. Del pórtico, que según los arquitectos data del s. XIX, dice que estaba abierto ya que no era más que un cobertizo diáfano que hacía las veces de atrio y otras de sala de juntas de la hermandad.
En 1839 se cerró su entrada con una verja de hierro procedente de una de las capillas laterales de la desamortizada Iglesia del colegio Máximo de los Jesuitas. También entonces se le entregaron los restos de un altar y los marcos de madera de los conventos suprimidos en 1835, y la sillería del coro y antepecho procedente del convento de San Diego.
Cuando se convirtió en parroquia en 1967 este pórtico cerrado se dividió en tres espacios para crear dos despachos parroquiales a ambos lados de la entrada.
Contra todo lo que se cree y se ha escrito, Saldaña apunta que la ermita no ardió durante la guerra, aunque sí fue ocupada y destruida la imagen del Santo. Lo que ardió, durante los dos años que duró la ocupación de las milicias que la convirtieron en cuartel en 1937, fueron todos los elementos de madera que había en el interior: puertas, bancos y los altares laterales citados anteriormente que habían venido del colegio-convento de Caracciolos tras la exclaustración, así como las imágenes de los lienzos que las embellecían.
En una maqueta del templo que realizó el cronista en la que muestra el aspecto que tenía la ermita antes de la guerra, explica la existencia de varios elementos adosados al templo que ya no están. En el lado exterior derecho había una escalera para acceder al coro, ambos desaparecidos. En los años 70 en el lateral izquierdo, junto a la vivienda de los antiguos ermitaños, que estaba en la trasera de la ermita, aún había restos de una cuadra y pajera para los caballos de los guardas de campo cuyo cuartel general era la ermita. Según el historiador Josué Llull Peñalba, en la década de los cuarenta se arreglaron los desperfectos ocasionados por la guerra y se derribó el campanario.
La caseta que hay frente a la entrada de la ermita data de la reforma de 1994, un recuerdo de la vieja edificación que hubo frente a la entrada principal y que servía de cuadra y granero del Gremio de Labradores.
Originalmente también hubo un pozo frente a la entrada de la ermita. De construcción mudéjar y brocal recubierto de ladrillo que remataba en una bóveda. Se le cerraba con una puerta de madera con candado cuya llave se guardaba en la casa del guarda mayor que estaba en la trasera de la ermita. Esto se hacía para evitar que el agua fuera contaminada por alguien, por ejemplo arrojando una animal muerto, hecho que ya había sucedido. Completaban el pozo una garrucha y un cubo originalmente de madera. El pozo se cegó en la década de los años cuarenta. Se desconoce si estaba o no antes de levantar la ermita.
Hasta 1839 se enterraba en el entorno de la ermita, recordemos que estaba extramuros de la ciudad, a quienes fallecían en las epidemias de cólera. Eran terrenos alejados del casco urbano donde corría bien el aire bien. También se han encontrado enterramientos en el interior de la ermita que datan de principios del s. XIX. Al parecer se utilizaba la ermita para dar sepultura hasta que se construyó el cementerio.
Respecto a la romería, recuerda García Saldaña que desde mediados del s. XIX, en el entorno de la ermita se celebraba la festividad del santo, y que comenzaba la víspera con una gran hoguera y fuegos artificiales. El día 15 había una misa por la mañana dentro del templo con el acompañamiento de una capilla y músicos que venían en tren desde Madrid costeados por el Ayuntamiento.
No hay que olvidar que sólo abría sus puertas en estas fechas. Asistían a las celebraciones todas las familias de Alcalá con sus mejores galas. A continuación se sacaba al santo en procesión y el sacerdote ayudado por un monaguillo bendecía los campos cercanos que llegaban hasta «Prona» (actual fábrica de Química sintética). Al regresar a la ermita tenía lugar la junta de la cofradía que escogía al nuevo hermano mayor que era quien pagaba el convite. Por la tarde los mismos músicos que habían acompañado a la procesión amenizaban un baile en el que los instrumentos, desde mediados del s. XIX consistían en una dulzaina y un tamboril.
Según el mismo cronista, la fiesta de San Isidro era la más musical de todas porque antes de la guerra la chiquillada se deleitaba con la campanillas el santo, uno de los elementos que no podían faltar durante estas fiestas. Las campanillas de barro se realizaban en los alfares complutenses unas semanas antes de la festividad. Recuerda visitar el alfar de la calle Don Juan I, que junto al de la calle de las Vaqueras fueron los últimos en cerrar en la década de los 60. Apellidos como Blas, Guillén, Vivas o Sáez están vinculados a los tres alfares que hubo en estas calles.
La campanillas del Santo eran de barro y se hacían en los alfares. Las más caras estaban decoradas y se hacían por encargo para regalar, pero la mayoría las vendían los chicos por las calles a cambio de una comisión días antes de la fiesta. La víspera y el día de San Isidro, las que no se habían vendido eran ofertadas más baratas durante la romería. Los propios alfareros las colocaban en el suelo, sobre mantas y cajones, junto a la ermita. Las campanillas las hacían sonar los niños animando la celebración y acompañando las canciones que se cantaban.
Como en toda romería no faltaban los tenderetes con vino, frutos secos, churros, golosinas y dulces típicos: rosquillas del santo, almendras garapiñadas, peladillas, y hasta principios del s. XX, unas figuritas del santo hechas de un pasta de azúcar y almidón llamada alcorza, teñidas con colorantes que gustaban mucho a los niños según cuenta el cronista.
Como ya he dicho, la fiesta dejó de celebrarse con la guerra hasta que se reanudó en los años cuarenta. Aunque ya nunca volvió a ser la de los recuerdos de infancia del cronista alcalaíno.
De nuevo a finales de los años cincuenta se interrumpió su celebración hasta que en 1976 la Asociación de Vecinos San Isidro, la primera asociación de vecinos fundada en Alcalá, la recuperó y aún continúa festejándose y es organizada por la Junta Municipal de Distrito I.
Si quieres leer la parte I de este tema, el barrio de San Isidro y su ermita, pincha en este enlace.
@complumiradas
2 Comentarios
Muchas gracias por dedicarle unos minutos a su lectura, nos alegramos mucho de su interés. ¡Feliz día Teresa!!
Un artículo muy interesante y sobre todo me aporta muchísimos recuerdos de mi niñez.