Naciendo en Alcalá y convirtiéndose después en el «Príncipe de los Ingenios», Miguel de Cervantes nos aseguró a las generaciones futuras de complutenses dos días festivos anuales que recuerdan, en octubre y en abril, su nacimiento y muerte, aunque lo que conmemoramos en dichas fechas sea el día de su bautismo y sepelio respectivamente, hechos que la Iglesia registraba en las partidas de nacimiento y defunción de donde proceden los únicos datos históricos referidos a las citadas efemérides.
En ambos casos se ignoraron las costumbres de la época a la hora de determinar las celebraciones que señalarían los dos acontecimientos más importantes del cervantismo -descontando la de la publicación de El Quijote-. Así el día 23 de abril es la fecha de su enterramiento, y no de su muerte, y el 9 de octubre es la fecha que consta en su partida bautismal, aunque se da como probable que su nacimiento se produjo el día 29 de septiembre, festividad de San Miguel, teniendo en cuenta la vieja costumbre de poner al recién nacido el nombre del santo del día que nace, en este caso se confirmaría la hipótesis. De aplicarse esos pequeños detalles, el calendario de celebraciones cervantinas sería otro.
Parece que fuera el sino de Miguel de Cervantes escabullirse en el devenir histórico. Desde el comienzo las fechas que acotaron su existencia fueron confusas y para colmo acabó desapareciendo materialmente en una sepultura donde ningún estudio de ADN asegura que que sean suyos los huesos encontrados en el convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso porque no hay huesos con los que cotejarlos.
A pesar de lo cual su figura se agigantó tanto que las dos efemérides, aunque inexactas, dieron lugar a dos sólidas celebraciones que le homenajean con honores en su ciudad natal.
Una celebrando la Semana Cervantina en octubre, y otra de resonancia internacional coincidiendo con el Día Internacional del Libro, con la concesión del premio más importante de la literatura en castellana, conocido coloquialmente como «el Cervantes». Nombre para un galardón mundialmente reconocido, con la misma enjundia que «el Nobel» sueco, o en cinematografía, «el Oscar» hollywoodiense.
Por ser al libro a quien se dedica esta feria de abril alcalaína, e instalarse en la plaza que lleva su nombre, y en presencia de su estatua, testigo inmutable que «nos mira en silencio como mira el bronce» (así miraban las esculturas cervantinas de la Plaza de España a un joven Andrés Trapiello la primera vez que pisó Madrid en la década de los 70), es de justicia en esta fecha indagar en los libros que leyó el autor de El Quijote. Si, como asegura el lema «somos lo que leemos», y en su obra hay muchos testimonios que reivindican la lectura como una actividad propia de la condición humana, ¿cómo si no iba a transmitir el convencimiento de haber encontrado la verdad en los libros?, con la vida tan azarosa que vivió, siempre escaso de dineros, aunque hay quien defiende que sus quejas eran solo postureo, y huyendo de sus circunstancias, cabe preguntarse si leía, cuándo, cómo, dónde y, sobre todo, qué.
Afirma el escritor Andrés Trapiello que Cervantes leyó «en condiciones poco gratas, en casas modestas, pequeñas y ajetreadas, calurosas en verano y heladoras en invierno, cuando no en ventas o posadas, colonizadas por gentes de paso que son, por naturaleza, las más escandalosas, o en carro o sobre una caballería. Y que le sobrarían ocasiones y momentos para dedicarlos a la lectura y hacer más liviana su soledad y sentir que su vida estaba un poco más viva de lo que en realidad lo estaba cuando la dedicaba a negocios que tampoco le interesaban lo más mínimo. Leyó todo el tiempo que estuvo sin coger la pluma, y leyó mucho, a su manera, sin demasiado orden y todo género de obras, tal y como haría hoy cualquiera de los lectores llamados compulsivos. Tiempo tenía de sobra. Se pasó media vida de aquí para allá, solo, viviendo, en ventas y posadas, sin contar los cinco pasados en el cautiverio de Argel y casi otros tantos acogido a la milicia, acuartelado o en el hospital… Porque, y aquí queríamos llegar, Cervantes nos confiesa que le gusta mucho leer, «aunque» sean los papeles rotos de las calles».
Algunos investigadores también defienden que Cervantes fue poseedor de una biblioteca a pesar de ser los libros artículos de lujo en aquella época. Sus ejemplares procederían de regalos de amigos, impresores que agradecían sus versos de alabanza o de presentación escritos por él en las introducciones, y los comprados con sus propios ingresos, que aunque no eran muchos, bastaron para permitirle el conocimiento de hasta 429 títulos según expuso en su discurso el historiador Armando Cotarello Valledor (1879-1950) titulado «Cervantes Lector», leído ante el Instituto de España y en representación de la Real Academia Española por la Fiesta Nacional del Libro del 23 de abril de 1940.
El director del Centro de Estudios Cervantinos y catedrático de Filología de la Universidad de Alcalá Carlos Alvar, a propósito de una exposición titulada «Los libros que leyó Cervantes», explicó que éste habría leído unas 200 obras, que incluyen desde textos de caballería como El Amadís de Gaula hasta teatro y poemas de los poetas más italianizantes, como Francisco de Aldana, Garcilaso de la Vega y Boscán pasando por los viejos romances españoles y los populares pliegos de cordel, que eran historias narradas en versos. También, y por obligación, leía documentos que en su mayoría trataban de su servicio a la corona como militar, comisario y recaudador de impuestos.
El cervantista norteamericano Daniel Eisenberg asegura que «Había seguido el naciente teatro español desde la juventud. Leía constantemente, y es el primer autor que tiene un sentido de la literatura española en toda su riqueza, el primero en percibir la importancia y valor del surgimiento del nuevo género, la novela. Observador curioso, conversador infatigable, Cervantes conocía todas las clases sociales y todos los ambientes de su tiempo, desde la cárcel de Sevilla hasta la casa real. Conocía, también, el campo y el pueblo tanto como la ciudad».
Que «el regocijo de las musas», -como lo calificó otro cervantista, Luis Astrana Marín (1889-1959)- no tuviera formación universitaria, estando en su ciudad natal la universidad más prestigiosa del reino, no fue, sin embargo, ningún obstáculo para que consiguiera una vasta cultura en unos tiempos en que ser autodidacta no era tan sencillo como hoy en día. Aunque no estudió en ella sí conoció las aulas de la universidad cisneriana a través de su relación con colegiales y poetas de la misma, y a pesar de su marcha a temprana edad también mantuvo el contacto con su ciudad a lo largo de toda su vida.
Su primera novela pastoril «La Galatea» se desarrolla a orillas de ‘nuestro Henares’, y se la publicó en 1585 su amigo el impresor Juan Gracián en su imprenta de la calle Libreros de la ciudad cervantina. En otra calle complutense, la de los Colegios, fue presentado «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha», concretamente en el Colegio de Teólogos de la Madre de Dios para la corrección de erratas el 1 de diciembre de 1604.
Aunque no se codeó en los pupitres con las grandes figuras del Siglo de Oro que estudiaron en las aulas complutenses, convivió y se disputó con ellos el favor de los lectores que con su reconocimiento le proyectaron hacia la inmortalidad, siendo un acto de justicia poética que su nombre resuene en la Cátedra del Paraninfo de esta Universidad que nunca pisó como alumno, por boca del galardonado de turno que en su discurso alaba su figura cada mes de abril desde el año 1977 en que se entregó el primer el Premio Cervantes.
Dicha Cátedra está decorada con los mismos motivos «candellieri», que aparecen en toda la decoración del espacio superior del recinto al que se abre una galería de arcos escarzanos constituidos en balcones desde donde presenciaban los estudiantes los actos académicos. También los encontramos en la fachada del Colegio Mayor, típicos del estilo plateresco al que pertenece el conjunto. Está dividida en tres nichos, coronados con el escudo del cardenal. En este caso llama la atención su policromía a juego con los colores del artesonado del techo: rojo, azul y oro ornamentada con motivos del repertorio renacentista. Y no es caprichosa su situación en el centro del muro orientado al Este, «el lugar de la Luz, el punto sagrado de la salida del Sol del Universo».
Desde luego hubiera sido el lugar perfecto para la exaltación de su obra inmortal, un clásico ya, lectura preferida de españoles ilustres de todos los tiempos como Felipe III, su paisano Manuel Azaña o Miguel de Unamuno, y de una larga lista de personalidades extranjeras que lo tuvieron como libro de cabecera y lectura diaria, que se lee y se estudia en las más altas instancias académicas descubriendo cada poco nuevos datos que nos siguen asombrando.
Originalmente el Paraninfo estaba rodeado de un friso y graderío de azulejería toledana separado a tramos por barandas de yeso dorado, mientras el centro estaba ocupado por un estrado levantado tres cuartos del suelo, revestido también de azulejos donde se representaban comedias, se pronunciaban discursos y conferencias que atraían gran número de oyentes, y entre otras funciones, los graduandos, sufrían arrodillados el «vexamen» -antecedente de la palabra examen- o vejamen de sus compañeros de universidad», explica el profesor Antonio Marchamalo Sánchez.
Nada en esta sala carece de interés. Si miramos hacia arriba quedaremos igual de impresionados ante la belleza del artesonado mudéjar de lacerías cuya riqueza cromática fascina al reflejar la luz. Ni siquiera el pavimento nos deja indiferentes, formado por una alfombrilla central y dos octógonos de azulejos sevillanos sobre baldosas de barro, en los que destaca la decoración islámica de lazo en verde, negro y anaranjado. No en vano fue escogido como el marco perfecto para la entrega del premio en la ciudad natal del homenajeado y en el seno de la Universidad fundada por Cisneros en 1499 que desde entonces tanto ha contribuido al desarrollo de la lengua española.
Sobre sus paredes están escritos los nombres de alumnos o profesores destacados de la institución alcalaína como Vallés «el Divino», médico de Felipe II, los literatos Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática Española de quien se celebra este año el V centenario de su muerte, el arzobispo Bartolomé de Carranza, los políticos Antonio Pérez y Gaspar Melchor de Jovellanos, o santos como Santo Tomás de Villanueva, Ignacio de Loyola o Juan de la Cruz. Y en el espacio de transición entre el Paraninfo y la Sala de Togas , adosados sobre el muro también figuran los nombres y efigies en bronce de los escritores galardonados con el Premio Cervantes, la mayoría realizadas por el mismo autor que la medalla y la escultura que se entregan al galardonado.
Las yeserías que enmarcan la entrada al Paraninfo desde el patio Trilingüe anticipan la belleza que encontramos en su interior donde trabajaron los maestros más notables de las bellas artes del reino que emplearon en la obra maderas de Pastrana, panes de oro de Guadalajara, y azulejos de Toledo. Sufrió los mismos avatares que el resto de los edificios universitarios tras la Desamortización de Mendizábal en 1836, abandono y venta que llevó a convertirlo incluso en pajar. Fue un edificio anejo al vecino Colegio de Teólogos de la Madre de Dios edificado por Pedro de la Cotera que inició su construcción en 1516 y acabó en 1520, dos años después de fallecer el Cardenal Cisneros, creador de la ciudad universitaria. Y era el Aula Magna de la Universidad, el teatro académico, el lugar donde se celebraban los actos más relevantes de esta institución durante los siglos XVI-XVII; dictámenes, clausuras e inauguraciones, graduaciones, lecciones magistrales, discursos, y tomas de posesión de «maestros».
Este lugar donde se celebran los actos principales de la Universidad como el «Annua Commemoratio Cisneriana» y donde el Rey entrega en una ceremonia llena de solemnidad -como las de antaño- el citado Premio, tiene su entrada principal en el patio del Colegio Menor de San Jerónimo o «Trilingüe«. El más antiguo de los que tiene la Universidad. La denominación popular procede de su dedicación al estudio y enseñanza de las Sagradas Escrituras en Latín, Griego y Hebreo.
El también conocido como Patio del Teatro, se construyó entre 1564-1570, obra de Pedro de la Cotera, como el citado Paraninfo, sigue el modelo renacentista del Hospital de los Inocentes de Florencia de Filippo Bruneleschi, y es, junto a su portada y acceso de la actual Hostería del Estudiante, lo más destacable de su arquitectura. Como los patios renacentistas, está formado por dos cuerpos: la galería inferior tiene 36 columnas con capiteles jónicos y fustes toscanos, sobre las que descansan arcos carpaneles con medallones en las enjutas. Y el cuerpo superior con ventanas enmarcadas entre pilastras jónicas y corintias alternativamente, estando las de las esquinas y centrales cegadas para no producir una linealidad que desplazaría la perspectiva. No falta, como en todos los patios castellanos, un pozo cuyo brocal está decorado con veneras cóncavas que simbolizan la regeneración por el espíritu.
Clausurado en 1780, pasó a formar parte de otro Colegio, el de la Inmaculada Concepción y tras la desamortización de 1836 el edificio fue subastado sufriendo desde entonces las consecuencias del abandono y el expolio, como los demás edificios de la manzana universitaria.
Desde 1929 alberga la famosa Hostería del Estudiante, aunque necesitó numerosas restauraciones tras los daños ocasionados por los bombardeos de la Guerra Civil.
Antes de terminar quiero explicar cómo acaba llamándose Paraninfo un espacio que originalmente era Teatro Escolástico y cómo fue en esta Universidad donde nació la palabra, que desde donde se extendió a todas las demás. En la Grecia clásica «paraninpho» era en las bodas el mensajero que acudía a casa del novio llevando un mensaje de la novia «ninphé».
Como era «portador de buenas noticias», por extensión, se llamó en los orígenes del recinto universitario «paraninfo» al mensajero que enviaba el Cancelario (rector de la universidad) al Teatro Escolástico para anunciar a los estudiantes ya examinados el día en que serían licenciados los que estaban aprobados.
Los aspirantes esperaban impacientes en el Teatro la llegada del «Paraninfo» vestido de traje multicolor y precedido por música de trompetas y chirimías, que les dirigía un breve discurso, al que ellos correspondían desde el estrado central haciendo una apasionada defensa de sus méritos. Al día siguiente tenía lugar la graduación en al Iglesia Magistral.
Desapareció de los usos estudiantiles complutense el ritual académico de la llegada del «paraninfo», portador de buenas noticias, pero por fortuna quedó el término asociado al edificio del Teatro Escolástico, tan importante en esta semana.
Menos mal que Cervantes dejó la espada y cogió la pluma con la mano sana, y creó al hidalgo enloquecido por los libros de caballerías, alter ego con el que pudo volver a las armas y repartir, a golpe de cálamo, ingeniosas letras con imaginarias estocadas y mandobles que le hicieron trascender más allá de fechas erróneas o sepulturas perdidas.
La medalla y escultura que el Rey entrega a los galardonados con el Premio Cervantes son obra del escultor Julio López Hernández (1930-2018), en cuya obra las manos son un tema recurrente, y el medio por el que el escultor muestra la emoción en sus trabajos.
Para mí es un homenaje a la mano de Cervantes, y a las manos de los escritores galardonados que se sirvieron y sirven de ellas para transcribir sus brillantes pensamientos. En una de sus caras, unas manos sujetan un libro abierto con el dibujo de una ciudad y sobre ellas las palabras “ninpharum domus”, la casa de las ninfas o de la creatividad y la inspiración.
@complumiradas
Textos e imágenes de Complumiradas.
Leído por Arancha Sáenz, alcalaína hasta la médula.