De nuevo hay que hablar de la Semana Santa alcalaína, pero esta vez quiero hacerlo por boca de una persona de la que se ha hablado bastante estos días. Me refiero al que fuera para muchos el mejor alcalde que ha tenido Alcalá, Arsenio E. Lope Huerta (1943-2021), de quien se ha inaugurado un monumento en la calle Libreros, donde está su casa natal.
El monumento situado frente al nº 23, antiguo Colegio del Rey e Instituto Cervantes, consiste en una escultura de bronce de tamaño natural, obra de Andrés Bonilla Gutiérrez (1964), que está sentada sobre una base cúbica de la que cuelga un plano abierto de la ciudad donde destacan algunos edificios preservados gracias a su gestión, junto a varios libros depositados a sus pies. Y en una pose muy familiar para quienes trataron personalmente a «Curro», como se le conocía popularmente en Alcalá.
En un trabajo suyo del año 2000 titulado «La Pasión en Alcalá», que está incluido en los Cuadernos del Val que se publicaron en el Diario de Alcalá entre 1999-2002, el escritor y político alcalaíno explicó desde la sinceridad sus recuerdos infantiles de la Semana Santa alcalaína. Recuerdos que a pesar de transcurrir en aquel «lento, abúlico y seguramente gris tiempo pasado», y en principio venir velados por una cierta indiferencia, al llegar al pregón que dio años después en la catedral, la Semana Santa de 2019, se habían transformado en nostalgia.
En dicho artículo hace un retrato de la Semana Santa complutense que describe fielmente lo que guarda la memoria de cada vez menos vecinos. Como en la vida pública y social entonces todo estaba condicionado por la religiosidad oficial imperante. En la radio sólo se emitía música sacra y en los cines dejaban de proyectarse las películas de «gangsters» y vaqueros para sustituirlas por las que narraban la vida y, sobre todo, la Pasión de Cristo. La vestimenta también se volvía más recatada. Incluso estaba mal visto levantar la voz en público. El silencio se iba imponiendo hasta ser absoluto en los días claves de la Pasión, el Jueves y el Viernes Santo. Y recuerda que:
«Las procesiones, mucho menos numerosas que las actuales, recorrían aquella ciudad que no iba más allá de las puertas de Madrid y del Vado, de la línea fronteriza de las vías del tren, o de la Plaza de Toros vieja y hoy tristemente derruida. De todas ellas me gustaba la del silencio por su impresionante tránsito. Desde las aceras y en el silencio espeso y respetuoso, nos aprestábamos a intuir el rostro anónimo que ocultaba, tras los adustos gorros de cucurucho de los penitentes, creyendo adivinar en éste o aquél la mirada cómplice del amigo o familiar.
Siempre me impresionaban los penitentes. Aquellas mujeres, sobre todo, que con un velo negro transparente sobre su doliente rostro, arrastraban pesadas y chirriantes cadenas, llevando con frecuencia, una tosca cruz de madera a cuestas.
La Semana Santa alcalaína de entonces era la clásica de los viejos pueblos y ciudades castellanas: sobria y silenciosa. Pero recuerdo también, la impresión que me causó el día que, en un balcón vecino de mi casa de la calle Libreros, una voz aflamencada rasgó, en una saeta y como una saeta, el espesor del silencio alcalaíno. Entre ayes y quebrantos, venía a decirnos que Alcalá se estaba haciendo cada vez más universal y que su mundo, y sus expresiones populares, iniciaban un extraño sincretismo en el que hoy aún, y acaso, nos merecemos».
Siendo consecuente con sus convicciones, en ese mismo pregón de Semana Santa que dio en 2019 se dirigió a los cofrades y penitentes para destacar el aspecto artístico de la celebración, la imaginería, que no es más que una forma de intermediación entre Dios y el hombre, dijo. Añadió que eran tantas las imágenes notables que salían en los pasos procesionales en Alcalá que la lista sería larga y prolija. Un patrimonio que las cofradías habían conservado y acrecentado.
Tres meses después de ese pregón, la Semana Santa alcalaína fue declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional. Otra celebración multitudinaria que, que junto al Don Juan de Alcalá y la Semana Cervantina, convoca a todos, vecinos y visitantes, a inundar las calles y participar, en este caso, en lo que ha sido una creciente manifestación, llena de luminosidad y belleza fruto de ese fervor compartido, que contemplada junto al rico patrimonio artístico de la ciudad se engrandece mucho más.
Arte, fervor popular y tradición religiosa depositada en diez cofradías, veintidós procesiones y veintiséis pasos que en estas fechas han convertido a la única ciudad Patrimonio de la Comunidad de Madrid en un destino turístico de primer orden.
Y como contraste las palabras de otro estudioso, divulgador y defensor de nuestra Semana Santa, José Carlos Canalda, gran conocedor de la Alcalá actual que tampoco es la de mediados del siglo anterior, la de los recuerdos de infancia de Arsenio E. Lope Huerta de quien, dicho sea de paso, escribió que era un «hombre bueno en el sentido más noble y literal del término«, ni la de los suyos y, mucho menos, «la decimonónica. Alcalá es ahora una pujante ciudad de doscientos mil habitantes convertida en un crisol primero de españoles llegados de todos los rincones de España y, posteriormente, de inmigrantes extranjeros que trajeron a ella otros acentos, otros idiomas, otras culturas… y si Alcalá es hoy tan variada y rica en matices, no lo podría ser menos una manifestación cultural -no sólo religiosa- tan arraigada en nuestro acervo como es la Semana Santa. Y ese eclecticismo ha hecho que la Semana Santa complutense no sea ya ni castellana, ni andaluza ni levantina, sino una armoniosa hermandad de todas ellas en la que cada una de las diez cofradías ha elegido su propio camino, lo que hace posible disfrutar de procesiones de todo tipo sin salir de la propia ciudad, algo sumamente infrecuente en el conjunto de España».
La reflexión del experto es el resumen perfecto de la situación actual de esta celebración que ha alcanzado el puesto más alto al que se puede llegar. Ahora hay que mantenerlo y, si se puede, mejorarlo. Fruto del impulso que ha sufrido la Semana Santa alcalaína ha dado lugar a iniciativas como la convocatoria por parte del consistorio del II Concurso de Embellecimiento de Balcones y Escaparates con la finalidad de realzar aún más el encanto de las calles complutenses durante estos días.
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