A modo de introducción, he aquí unos párrafos del estudio publicado por Ángel Carrasco Tezanos que sirvió a la autora para documentar su novela. Alcalá de Henares participó en el movimiento comunero desde septiembre de 1520 hasta principios de mayo de 1521.
A partir de febrero, una vez expulsado el vicario arzobispal Francisco de Mendoza por los sublevados, comenzó un proceso de radicalización que alcanzó su apogeo en marzo y abril de 1521, especialmente tras la llegada del obispo Antonio Osorio de Acuña.
Por aquel entonces funcionaba en Alcalá un ayuntamiento formado por los oficiales habituales del concejo castellano bajomedieval (aunque solo con tres regidores) más un grupo de nueve representantes del estado pechero denominados diputados. Además, era frecuente la presencia de vecinos en las sesiones del concejo exponiendo sus demandas.
El movimiento comunero en Alcalá fue protagonizado por los pecheros, pobres y ricos, contra la oligarquía de privilegiados que monopolizaba o intentaba monopolizar el poder concejil, y como en otras ciudades y villas castellanas, amplió la participación vecinal en los organismos del concejo mientras duró.
Ruta:
1 Plaza de Cervantes
2 Colegio Mayor de San Ildefonso
3 Calle Nebrija
4 Palacio Arzobispal
5 Puerta de Madrid
6 Catedral Magistral
7 Plaza de la Picota
8 Calle Mayor
9 Callejón del Peligro
10 Calle Carmen Calzado
11 Puerta de Guadalajara
PLAZA DE CERVANTES
Esta plaza de origen medieval, previa a la fundación de la ciudad universitaria, era una amplia explanada situada extramuros de la villa. Un lugar con espacio suficiente para instalar los puestos de un mercado que se celebraba todos los jueves en el que se abastecía la población alcalaína y los pueblos vecinos de productos frescos de la vega del Henares, así como de otro género como grano, pan, carbón, salazones, encurtidos, y utensilios domésticos hechos en la villa.
El mercado semanal tuvo su declive a partir del s. XVIII y finalmente quedó como un mercado local que terminó instalándose en la cercana calle Cerrajeros desde 1874. Tras reformarse la plaza del Mercado cambió su nombre por plaza de Cervantes el año en que se inauguró el monumento al escritor alcalaíno en 1879.
En la explanada original se desarrollaban las actividades relacionadas con la Feria de Alcalá desde 1184, fecha de la concesión a la villa de una feria anual de diez días de duración a partir del domingo siguiente al de Resurrección, entorno al mes de abril.
Con Alfonso X la Feria se trasladó a finales de agosto, festividad de San Bartolomé, fecha que coincidía con el final de las recolecciones agrícolas, y que ha llegado hasta nosotros. Los reyes y arzobispos protegieron la celebración de la Feria de Alcalá por lo que esta adquirió gran fama y fue referente para la concesión de ferias a otras poblaciones. De la comarca y zonas más alejadas llegaban comerciantes con productos de otras regiones, tejidos, vino, y sobre todo ganado.
A mediados del s. XV la muralla englobaría la explanada donde se celebraba el mercado y la feria, y también el arrabal de santa María, llegando hasta la plaza de los Mártires, conocida hoy como Cuatro Caños. En ese arrabal levantó Cisneros su ciudad universitaria donde había adquirido las primeras casas y solares en 1495.
En esta plaza desemboca la calle Mayor, y es lugar de paso obligado para llegar al Colegio Mayor de San Ildefonso, donde tiene su puerta oriental.
Es el centro donde se producían muchas de las algaradas que se narran en la novela. A ella dan las ventanas del alojamiento del porcionista capitán de la Comunidad universitaria Alonso Pérez de Guzmán, que vive fuera del Colegio, y observa los movimientos de los vecinos que allí se concentran o van a coger agua a la fuente.
En ella reúne una multitud enfervorecida el capitán de la Comunidad Íñigo López de Zúñiga para celebrar la visita a la villa del obispo comunero Antonio de Acuña. Y para recibirlo aquí hubo toros, desfile y fiesta.
COLEGIO MAYOR DE SAN ILDEFONSO
Como Hombre renacentista el cardenal Cisneros ya estaba pensando en 1488 en la fundación de un colegio mayor en Alcalá, sede temporal del arzobispado de Toledo. Para ello pidió al Vaticano autorización y visitó la villa para elegir su emplazamiento.
En 1499 el Papa Alejandro VI firmaba la primera bula autorizando la fundación del Colegio con facultades de Teología, Artes y Derecho Canónico. Y más tarde promulgaría otras dos para darle un fuero académico y autorización para conceder los grados académicos habituales.
Con dicha fundación, Cisneros pretendía reformar el clero y preparar a las futuras clases dirigentes de la monarquía católica. El Colegio Mayor de san Ildefonso era el corazón de la ciudad universitaria que se fue ampliando con la creación de dieciocho colegios menores, doce iglesias, ocho monasterios, cuatro hospitales y un elevado número de obras de caridad y beneficencia.
El mismo año de la concesión de la bula comenzaron las obras que se culminaron en varias etapas. Una primera con material de adobe, tan austero como la orden franciscana a la que pertenecía el cardenal, y otra con piedra años más tarde. El arquitecto alcalaíno Pedro Gumiel (1460-1519) fue el arquitecto del Colegio y de un gran número de edificios universitarios que integrarían la ciudad del saber cisneriana.
En 1508 fue inaugurado el primer curso de una edad de oro de la universidad que se desarrollaría a lo largo de los s. XVI y XVII. En ella se formaron figuras importantes de la cultura religiosa y civil española y europea mientras era modelo para las nuevas universidades americanas.
Los cambios políticos y educativos del s. XVIII afectaron profundamente a la institución, hasta llegar al s. XIX con amenaza de extinción o traslado, que finalmente sucedió en 1836, originándose la Universidad Central de Madrid, después Complutense de Madrid.
Despojada de todos sus valores materiales e inmateriales (su biblioteca fue a Madrid), los edificios que fueron Universidad quedaron vacíos y fueron subastados, pasando a manos de particulares a partir de 1845.
En 1851 un grupo de vecinos complutenses los rescataron y custodiaron constituyendo la Sociedad de Condueños de los Edificios que fueron Universidad. Desde entonces sus dependencias fueron sede de la Academia de Caballería, Colegio de Escolapios y Centro de Formación de Funcionarios.
Hasta 1977 en que el espíritu de la Universidad «volvió» a Alcalá, ya sin sus antiguas pertenencias, pero con el mismo espíritu. En 1981 se reconoció legalmente la denominación «Universidad de Alcalá de Henares» y en 1996 se adoptó el actual nombre «Universidad de Alcalá».
Se narra en el libro que durante el curso 1520-1521 y parte del 1521-1522 la institución estaba tan perturbada como el resto de la villa, y tuvo un papel tan destacado entre los comuneros alcalaínos, que fue ardua la tarea de mantener la neutralidad según evolucionaban los acontecimientos.
En el seno de la propia universidad, estaba enraizado un conflicto entre las facciones de estudiantes andaluces, los béticos, y los castellanos, que en el conflicto de las comunidades se utilizó para sacar ventaja presentándolo como un enfrentamiento entre comuneros (los castellanos) y realistas (los béticos), cuando eran solo dos facciones de estudiantes procedentes de diferentes zonas geográficas que pugnaban por la elección de un rector de su región.
Todo el recinto se vio afectado por las multitudinarias algaradas que los estudiantes realizaban. Se produjeron daños en puertas, ventanas, y hasta los muros de la cámara donde fue confinado el líder bético, fueron agujereados para huir.
Los alborotos eran constantes y los patios el lugar predilecto de los estudiantes para mostrar sus desacuerdos. El patio mayor de Escuelas, alrededor del cual se articulaba el colegio Mayor (1508), era el principal del recinto.
De construcción tradicional constaba de dos pisos; en la planta baja se abrían «las generales» o aulas usadas por las distintas facultades -teología y medicina- y el refectorio; y en la superior las cámaras de los colegiales mayores, individuales y cerradas con llave, la biblioteca y la cámara rectoral.
La novela destaca este patio como el lugar preferido por los colegiales para montar algaradas. Aquí los castellanos llevaron a hombros a sus adeptos al nombrar capitán de la Comunidad universitaria a Alonso Pérez de Guzmán, mientras los béticos se quejaban desde la galería superior. Incluso llegaron a portar armas lo cual estaba prohibido por las constituciones.
Hubo peleas a punta de espada, fugas nocturnas de colegiales descolgándose por las ventanas para celebrar en la villa la visita del obispo comunero, y, como ya se ha dicho, el recinto fue asaltado en varias ocasiones, tanto para ser sometido como para ser defendido, así la excepcionalidad de los acontecimientos hicieron imposible el cumplimiento de las normas aquellos días.
Socialmente los estudiantes tenían mala fama entre la población de la villa, y se recomendaba a mozos y vecinos que debían evitar hacer apuestas o negocios con ellos, o conversar sobre cuestiones que pudieran desembocar en disputas. Pues la mayoría de la población estudiantil provenían de familias poderosas y estaban acostumbrados a hacer su voluntad. Y como los amparaban las leyes del propio Colegio ni respondían ante la justicia del concejo, ni ante la del rey. Así que solían quedar impunes tras cometer sus fechorías. Pero sobre todos, eran las mujeres quienes debían mantenerse alejadas de ellos como se advierte en la novela.
La planta baja estaba formada por una serie de galerías de arcos de medio punto trasdosados que cargaban sobre pilares ochavados con bases de piedra tallada. Y la superior estaba formada por una galería de pies derechos y arcos escarzanos separada del anterior por una cornisa de ladrillo.
A excepción de algunos detalles de piedra, el material predominante era el ladrillo enlucido con argamasa y yeso, en parte por abaratar gastos, en parte por la conocida prisa que el cardenal Cisneros tenía por ver concluido el edificio antes de su muerte acaecida en 1517.
El edificio no sufrió cambios significativos en el s. XVI, pero en la centuria siguiente variaría enormemente su aspecto, siendo su reconstrucción el proyecto arquitectónico más destacado que la Universidad de Alcalá llevaría a cabo en el seiscientos.
Los pilares eran de ladrillo y estaban a punto de derrumbarse hacia 1604 cuando los colegiales informaron que había tres o cuatro postes que se estaban hundiendo y que era necesario reparar el pavimento que estaba cediendo y con él las arquerías.
Posteriormente, el patio paso a llamarse patio de Santo Tomás de Villanueva por el primer estudiante canonizado (1688) que alumbró la universidad cisneriana. El actual no tiene nada que ver con el existente durante los años del conflicto de las Comunidades, que se había comenzado a levantar casi veinte años antes.
Aunque atribuido al arquitecto real Juan Gómez de Mora, su verdadero artífice fue un maestro de obras menos conocido, José de Sopeña, entre 1656-1670, según consta en el friso que rodea la última galería.
En principio la intervención arquitectónica iba a ampliarse, si no a construir todo el patio de cantería, sí las partes más deterioradas entre las que se encontraban algunos arcos.
Pero el resultado daría al patio un aspecto de provisionalidad que no correspondería con importancia de la estética institucional que requería el corazón de la Universidad. Así que se hizo un proyecto que haría realidad las proféticas palabras del cardenal Cisneros, que lo que él dejaba en tapial y ladrillo, algún día sería de piedra, como así quedó escrito en latín en las piedras de la cornisa que coronan la tercera galería del patio. EN LUTEAM OLIM CELEBRA A MARMOREAM, «antes de barro, ahora de mármol».
El segundo patio llamado de Continuos, fue construido en piedra, y comenzado precisamente en estos años de revueltas, acabándose en 1535. En el s. XVII al construirse dos aulas de Filosofía pasó a denominarse de los Filósofos.
En el s. XVIII, el abate Ponz solo pudo contemplar una crujía, lo que le hizo suponer que fue la única levantada, pero algunos autores sostienen que se ejecutaron las cuatro. Hoy no queda ni rastro del patio original.
Se llamaba de Continos o Continuos porque era donde se alojaban los estudiantes pobres que recibían gratis alojamiento aunque debían costearse su sustento. Gente continua es como se nombraba a quienes de forma continuada servían a alguien, que a su vez estaba obligado a protegerles, como era el caso de los estudiantes pobres. También se llamó de los «Cameristas» por los 13 estudiantes pobres de Artes que se hacinaban en 8 cámaras, no muy espaciosas, y entre desorden tal que acuñaron el término «leonera».
Este era el patio de servicios del Colegio y estaba ocupado por numerosos edificios menores dedicados a Sala de Audiencia del Conservador, archivos, oficinas del Notario, Fiscal, Escribano, Procuradores, Alguaciles del Colegio.
También albergaba las caballerizas, letrinas, leñeras, paneras, cocinas y una huerta. Se narra en la novela que en este patio tuvo lugar un incendio y por la puerta oriental del recinto, que se encuentra en él, entró la muchedumbre de la villa para liberar al rector que estuvo retenido en uno de los episodios.
Aunque durante el reinado de Carlos I, la pujanza universitaria fue constante, no fue gracias a sus favores a lo que se debió, sino a pesar suyo. Según algunos cronistas, fue el rey que peor relación tuvo con Alcalá, en comparación con sus antecesores, los Reyes Católicos y con su sucesor, Felipe II.
Dos años antes del conflicto, el rey Carlos I se había convertido en protector del Colegio Mayor de San Ildefonso y de ahí que su bella portada esté coronada con su escudo. Intercedió para que el sucesor de Cisneros, Guillermo de Croy, no se quedara con el control de la institución ni con la herencia que el cardenal había dejado para manutención del Colegio y para San Justo. Aunque sí se cobró su protección reclamando las cantidades que aquel había dejado en el castillo de Uceda para la obra universitaria y las prebendas de San Justo.
Esculpido por el entallador Juan Guerra, el escudo destaca bajo el águila bicéfala timbrada con la corona imperial. En su interior, en cuartos aparecen los reinos que consiguió reunir en su persona. Castilla, León, Aragón, Sicilia y Granada por el lado materno, y Austria, Flandes, Borgoña, Brabante y el Tirol por el lado paterno. Y todo ello rodeado por el collar de la orden del Toisón de Oro del que cuelga el Vellocino de Oro, símbolos que acompañan desde entonces a la heráldica de la monarquía española.
A los lados, sendas columnas de Hércules donde aparece la leyenda ‘Plus Ultra’, en recuerdo de los largos viajes a América y África que estaban en pleno apogeo. Sobre las columnas, dos cruces de Borgoña tildadas con las coronas imperial y real, reflejo de los títulos de emperador y rey. Un conjunto simbólico del máximo triunfo terrenal que corona los dos cuerpos inferiores.
EL EDIFICIO NEBRIJA
Al Colegio Menor de San Eugenio, fundado en 1513 en unas casa judías, se le conocía como el de los Gramáticos; igual que al de San Isidoro, gemelo y ampliación del anterior. Ambos acabarían fundiéndose en 1649 en el Colegio Menor de San Ambrosio. Fue trasladado cerca del desaparecido Convento de San Diego y acabó siendo demolido junto a él para levantar los cuarteles de la plaza de San Diego en el s. XIX.
Ambos colegios fueron fundados por el cardenal Cisneros con los mismos contenidos y para el mismo número de colegiales: 30 becas de gramática y 6 de griego, y por ello fueron conocidos popularmente como de Gramáticos.
Se regían por el régimen de pupilaje que según estaba reglamentado, consistía en un acuerdo entre el maestro pupilero y el claustro universitario para instalar en una casa particular una especie de residencia universitaria que daba alojamiento y sustento a los alumnos que llegaban masivamente a Alcalá.
Aunque la Universidad ejercía la vigilancia del cumplimiento de unos requisitos mínimos, la calidad de la comida y el alojamiento quedaba sujeta a la discreción del acuerdo entre el tutor del estudiante y el maestro.
Así fue como los estudiantes del colegio de Gramáticos adquirieron fama de pasar hambre. Y cuando se fusionaron posteriormente con el de san Ambrosio, la cosa empeoró pues los estudiantes ricos cuando veían a alguno flaco automáticamente le señalaban como ‘Eres de San Ambrosio’.
La descripción de un pupilaje queda plasmada magníficamente en la obra del maestro de la sátira realista Francisco de Quevedo ‘Historia de la vida del Buscón’ (1626). En un episodio la autora menciona esta necesidad que padecían los estudiantes de este colegio, convirtiendo a uno de ellos en correo espía a cambio de comida.
Sobre el solar donde se levantaban los antiguos colegios de Gramáticos, se construyeron, en los años noventa, los edificios modernos de ladrillo de la calle Nebrija, así llamada por el insigne lingüista Antonio de Nebrija, quien organizó e impartió los estudios de Gramática y Retórica de la Universidad de Alcalá que se daban en ellos, y ocupó la Cátedra de Retórica desde 1514 hasta 1522.
Sus proporciones respetan la arquitectura de su entorno y recuperan la tipología de vivienda tradicional alcalaína dispuesta alrededor de un patio de vecinos. En el patio del nº 5 se puede leer la leyenda alusiva al antiguo colegio de San Eugenio. Y, además, se conserva el brocal de un antiguo pozo.
PALACIO ARZOBISPAL
Al igual que sucede con la Universidad, es difícil entender el devenir histórico de Alcalá sin el arzobispado y su sede. Desde que los reyes de Castilla cedieran Alcalá y su Tierra a los arzobispos de Toledo en 1129, éstos ejercerán su señorío sobre el territorio desde el s. XII al XIX, y el palacio se convertirá en segunda residencia de los arzobispos después de Toledo.
En calidad de residencia de los Primados de la Iglesia española, el edificio se convirtió en un centro artístico de primera magnitud, integrando detalles muy heterogéneos aportados por muchos de los arzobispos que residieron en él a lo largo de los siglos.
La importancia de Alcalá lo convirtieron ocasionalmente en residencia de los monarcas cuando llegaban a la ciudad. Así, aquí tuvo lugar la primera entrevista entre Cristóbal Colón y la reina Isabel, nació Catalina de Aragón, reina de Inglaterra, y Fernando, hermano de Carlos V, que llegaría a ser emperador de Alemania. Monarcas y arzobispos favorecieron a la ciudad con su presencia y con privilegios, exenciones y protecciones que permitieron su desarrollo económico.
La reja de hierro fundido que da a la plaza del Palacio data de 1880 y a través de ella se accede al patio de Armas, uno de los cuatro con que contaba originalmente. Tras ella vemos la fachada del palacio de estilo renacentista. Obra de cantería con una base de zócalo de sillares y mampostería el resto que fue realizada en tiempos del arzobispo Fonseca (1524-1534). Tres ventanas decoradas se distribuyen a ambos lados de la puerta y el balcón principal, con arcos las de la planta superior y adinteladas las de la planta baja. Por las inscripciones del friso se sabe que las estancias de la derecha eran las del vicario y las de la izquierda las del corregidor.
La ventana central fue rasgada y transformada en un balcón en el s. XVIII durante el mandato del cardenal infante Luis Antonio de Borbón (1735-1754) hijo de Felipe V que mandó sustituir el escudo imperial de Carlos I por el suyo barroco de terracota. Su desproporcionado tamaño, volumen y recargamiento rompe la sobriedad y el ritmo de la fachada y contrasta con los escudos del arzobispo Fonseca: cinco estrellas de seis puntas dispuestas en aspa.
La que hoy es puerta principal de entrada era el antiguo despacho de la contaduría mayor de rentas y está decorada con un arco de medio punto con medallones en las enjutas, flanqueada por dos columnas y rematada con un frontón trebolado con las armas de Fonseca. Corona el edificio una galería con arcos de medio punto agrupados dos a dos y balaustrada de piedra.
En la fachada este vemos el ala de la Sala de Concilios de estilo neomudéjar que data de s. XIX. A ambos lados de la verja el torreón de Tenorio, a la derecha, y a la izquierda, el de la fuente, resto testimonial del incendio que convirtió en cenizas los elementos más valiosos y bellos del conjunto.
Coincidió la guerra de las comunidades con un periodo en el que el arzobispado de Toledo lo ocupaba Guillermo Jacobo de Croy (1517-1521) nacido en los Países Bajos y sobrino del primer ministro de Carlos I, razón que le colocó en posición de ser elegido sustituto del Cardenal Cisneros.
Murió a los 23 años al caerse del caballo sin haber pisado la diócesis, y nunca fue aceptado por los alcalaínos que preferían al caudillo comunero y obispo de Zamora, Antonio de Acuña, al que aclamarían en San Justo como arzobispo de Toledo.
En la novela se explica cómo tras los acontecimientos de Medina de Rioseco, las poblaciones indecisas se unieron al movimiento comunero y las que ya formaban parte se radicalizaron.
Fue el caso de Alcalá cuyos integrantes concejiles exigieron que el mitrado realizara un juramento formal, y que rindiera homenaje al concejo de los «buenos hombres pecheros» en un acto público y solemne. Y eso hizo el arzobispo Francisco de Mendoza. Colgó la bandera de las Comunidades en la puerta del Palacio, traicionando al rey, y en el patio de Armas, lívido y pusilánime, juró su lealtad a las comunidades y declaró que dejaría de seguir las directrices del cardenal del reino, Guillermo Jacobo de Croy: «Juro en nombre de Dios y por la túnica de San Pedro que me hallo más unido que nadie a nuestra causa común; y que estoy dispuesto a morir por el más humilde de los vecinos y seré el primero en dar la vida por la Santa Comunidad». En la plaza del palacio fuera de las murallas del recinto episcopal el vulgo esperaba para irrumpir en vítores.
En otro episodio, tras ser depuesto el capitán de las comunidades, Alonso de Castilla, su sustituto Guzmán de Herrera, arenga a las turbas alcalaínas que fuerzan las puertas del palacio para vaciar la armería y, de paso, saquear las estancias privadas de un Mendoza que, según el imaginario popular, vivía rodeado de riquezas.
LA PUERTA DE MADRID
En 1788 se inauguró la Puerta de Madrid tal como la conocemos. El lamentable estado en que se encontraba la puerta medieval de acceso a la ciudad por el Oeste, y entrada principal desde Madrid, motivó que el consistorio se planteara la construcción de una puerta monumental que ensalzara un acceso tan importante. La escasez de recursos propició solicitar ayuda al cardenal Lorenzana, que aceptó y financió su construcción.
Un año antes se había encargado el proyecto al arquitecto mayor de la ciudad Antonio Juana de Jordán que diseñó una puerta neoclásica, muy extendida en la España del XVIII, que implicaba derribar el antiguo postigo medieval, luego llamado de Santa Ana, y parte del recinto amurallado, porque era estrecha, en forma de codo y dificultaba el paso. Es semejante a la madrileña Puerta de Alcalá, que el rey Carlos III encargó al arquitecto Francisco Sabatini para Madrid diez años antes, y con ella está alineada.
Para no encarecer la puerta solo se empleó piedra en los zócalos, basas, capiteles, escudo y cornisa; según el proyecto quedó integrada en los lienzos de la muralla medieval; constaba de un único arco de medio punto flanqueado por pilastras dóricas, y coronado por un frontón triangular con el escudo del cardenal que la financió; y se situó en frente del puente que salvaba el foso que había en esta parte de la ciudad.
Culminó la obra eliminándose el lienzo Sur de la muralla, y levantándose un muro de mampostería y ladrillo con un acceso para los peatones. En 1967, la puerta y sus dos alerones de ladrillo y mampostería, ya estaban separados de la muralla medieval, abriéndose un paso en el muro Norte para igualarlo con el muro Sur. Sobre el arco central hay dos inscripciones, en el lado exterior hacia Madrid se lee «Reynando Carlos III. Año de MDCCLXXXVIII». Y en el lado interior hacia Guadalajara «A expensas del Arzobispo de Toledo el Excmo. Señor D. Francisco Antonio Lorenzana».
Dos de las puertas de la muralla complutense tuvieron un papel fundamental en el conflicto de las Comunidades. Tras la derrota de Villalar y el ajusticiamiento de los cabecillas Padilla, Bravo y Maldonado, en la villa se polarizaron las posturas y los realistas de Alcalá solicitaron ayuda al duque del Infantado. Mientras los comuneros alcalaínos pidieron ayuda a Madrid y Toledo.
Los dos bandos recibieron apoyo de tropas, y mientras llegaban los refuerzos, los integrantes de ambas facciones en vez de luchar en el interior de la villa, se apostaron en las puertas, los comuneros en la puerta de Guadalajara para resistir el asedio de las tropas del duque, y los realistas en la de Madrid para defenderse de los comuneros madrileños y toledanos, y favorecer la entrada de las tropas alcarreñas. Eran las dos puertas fortificadas más importantes de la villa. Llegaron primero las tropas del Infantado que tomaron la puerta de Guadalajara sin lucha y quedaron esperando la llegada de los comuneros de Madrid y Toledo que al tener noticias de ello regresaron a sus puntos de partida evitando el combate.
Además de mencionar esta puerta y los hechos que en ella sucedieron, la autora también narra un suceso ocurrido que en las cercanías de esta puerta donde se encontraba la Posada del Infierno. Dice que aquí tuvo lugar un accidente de «tráfico» cuando el hermano de una de las protagonistas fue arrollado por una caballería muriendo a los pies de la cruz que aquí se levantaba. Como el jinete era un caballero, el juez entendió que fue un accidente y no hubo castigo.
CATEDRAL MAGISTRAL DE LOS SANTOS NIÑOS
Referida en la novela como la Magistral de San Justo, única en el mundo con este título junto a la Iglesia de San Pedro de Lovaina (Bélgica). Este privilegio, solicitado por Cisneros en 1516 por recomendación del papa Adriano de Utrecht quien ya lo había conseguido para su iglesia flamenca, suponía que todos sus canónigos debían ser doctores en teología o maestros en artes.
Desde finales del siglo XI hay testimonios escritos de la existencia de un templo en el lugar llamado Campo Laudable, donde tradición y fuentes señalan que hacia 414 d.C. el arzobispo Asturio Serrano encontró los restos de los Santos Niños, martirizados por el pretor Daciano hacia 304-305 d.C., y levantó una capilla donde venerar sus reliquias.
En 1122 se edificó una parroquia a partir de la cual se desarrollará la villa medieval. En 1479 el arzobispo Carrillo mandó transformarla en Colegiata y fue su reconstrucción, que amenazaba ruina, la primera obra de envergadura realizada por Cisneros en la ciudad complutense entre 1497 y 1514.
Para ello Cisneros contó con los arquitectos hispanoflamencos Antón y Enrique Egas y el alcalaíno Pedro de Gumiel, creador del conocido como estilo Cisneros, modalidad decorativa del gótico, mezcla de arte mudéjar y rasgos del plateresco, originado a finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI en el centro peninsular vinculado a la figura del Cardenal.
Su portada, ubicada en el hastial de poniente, data de estos años tan convulsos y está enmarcada por dos pilastras gótico-floridas y un alfiz con resalte rectangular, bajo el cual un arco trilobulado protege un medallón en el que se representa la imposición de la casulla a San Ildefonso, entre dos escudos de Cisneros. En el intradós del arco, el cordón franciscano, una marca personal que identifica las obras artísticas promovidas por Cisneros, y una bella cenefa renacentista.
Es aquí donde se produjeron los actos públicos de juramento de fidelidad a la Comunidad, donde quedó reflejado que la causa comunera contó con amplio apoyo entre la población de la villa complutense. Quienes defendían limitar el poder del rey y pedían poder votar en Cortes las decisiones y los cargos de gobierno, lo que finalmente les costó una dura represión por parte del monarca.
Narra la autora como once meses habían trascurrido desde que comenzara el conflicto cuando el jueves 7 de marzo se 1521 se presentó con su armadura el arzobispo Antonio Osorio de Acuña, azote de los señoríos, al mando de cuatrocientos clérigos armados ante los muros de la villa de paso hacia Toledo.
Pasó cuatro días en Alcalá arengando a la población desde el balcón del palacete de Pedro del Castillo donde se alojó, y en la plaza del Mercado un día después. Cuatro días de celebración y alboroto sacudieron la villa, durante los cuales los leales al movimiento renovaron su compromiso con la Comunidad a las puertas del templo a donde acudió la muchedumbre alborotada desde la plaza del Mercado, tras haber asaltado las casas del regimiento en la plaza de la Picota.
En la multitudinaria jura los líderes más representativos del movimiento habían debatido si continuaban apoyando al movimiento comunero y seguían al citado obispo, o daban por terminado lo hecho hasta el momento y deponían las armas.
Previamente las campanas de San Justo habían repicado y convocado a la población como era costumbre cuando sucedían hechos de relevancia para la villa.
PLAZA DE LA PICOTA
Situada en el extremo opuesto a la plaza del Mercado siguiendo la calle Mayor. También conocida como la plaza de Abajo. Fue el centro urbano medieval. Aquí estaban las casas del concejo donde el corregidor alcalaíno, Pedro de Cervantes, leyó el Fuero Nuevo en 1509, una actualización del «Fuero Viejo» que databa de tiempos del arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada (1170-1247). También en ella estaba situada la picota, y por tanto, era el lugar de exposición pública de reos y ajusticiados.
Estaba la plaza en el límite de los tres barrios que integraban la población complutense, el barrio judío, alrededor de la calle Mayor, el cristiano entorno a la Magistral y el musulmán entre el Palacio Arzobispal y la calle de Santiago. Y era el lugar donde los moriscos vendían sus mercancías, principalmente frutas y verduras, por lo que popularmente se conoció como la plaza de la verdura.
En ella estaban situadas las casas del concejo. Durante la revolución comunera en él se podía entrar y hablar libremente aún sin pertenecer al grupo de oficiales y diputados que lo formaban.
Al día siguiente de la llegada del obispo Acuña, el capitán Íñigo López de Zúñiga lideró una multitud enfervorecida que se dirigía a la sede del regimiento al grito de ¡Abajo los traidores! ¡Fuera los esbirros del rey!
El alguacil, los alcaldes y regidores se asomaron a las ventanas mientras los vecinos forzaban las puertas. Tanto el anciano regidor Francisco de Baena como todos los leales a la causa que se encontraban con él fueron obligados a renovar su juramento de obediencia a la santa Comunidad.
En el exterior la muchedumbre esperaba alborotada, y tras el asalto al edificio concejil se encaminaron a la Magistral arrastrando consigo a quienes se cruzaban en su camino.
LA CALLE MAYOR
El rasgo más destacado de esta calle, que fue eje de la judería hasta 1492, a parte de su extremada longitud, 396 metros, son los soportales, que se sustentan en la actualidad sobre 343 columnas y pilares que originalmente eran pies derechos de madera.
Los arzobispos de Toledo y señores de la villa fueron sustituyéndolos por columnas de piedra en los s. XV y XVI, la mayoría procedentes de la Complutum romana, y que volvieron a ser reemplazadas por pilares de piedra en el s.XIX, excepto algunas en las que aún puede apreciarse la policromía en rojo y azul con que se decoraban sus capiteles durante las grandes celebraciones del Siglo de Oro.
El origen de los soportales hay que buscarlo en la actividad comercial a la que se dedicaba la población judía, que tenía su vivienda en la planta superior y el puesto comercial en la inferior. La estructura soportalada permitía sacar la mercancía a la venta pública y al mismo tiempo proteger la actividad, los productos y la clientela de las inclemencias del tiempo.
Los pisos superiores formaban una galería de madera cubierta de igual dimensión que la acera y los soportales, a la que sólo accedían sus moradores a través de escaleras. La entrada a las viviendas no estaba en los soportales como hoy, sino en los corrales que se comunicaban con esta calle mediante adarves o pasadizos, como el Corral de la Sinagoga, llamado así por el lugar donde se levantaba la Sinagoga Mayor de la aljama, buscando siempre la privacidad.
Tras la expulsión de los judíos los antiguos entramados de madera de las fachadas del piso superior se fueron revistiendo de piedra y ladrillo con aparejos de soga imitando las construcciones del recién creado recinto universitario y se abrieron ventanas en los frentes para dejar pasar la luz, el suelo de tierra se empedró, perdiéndose la esencia de su origen, pero no su función comercial y residencial.
Otro rasgo de las viviendas hebreas, relacionado también con la actividad comercial, se encuentra en las llamadas «mirillas judías». Una abertura de unos 10 cm de lado hecha en el suelo del primer piso con vistas al soportal o al pasadizo, a través del cual se podía ver quién llamaba a la puerta y decidir la conveniencia de facilitar, o no, las llaves al visitante, lanzándolas atadas a una cuerda.
De estas mirillas hoy se conservan siete: cuatro bajo los soportales de la calle Mayor y tres en los de la plaza de Cervantes, antigua plaza del Mercado y límite del barrio judío. Además de viviendas, adarves y corrales, también hubo en esta calle edificios públicos donde se desarrollaba la vida comunal de sus habitantes como la sinagoga, las carnicerías y un baño para sus abluciones rituales.
Durante el s. XIX se produjo la última y mayor transformación de esta vía principal ya que se eliminaron los soportales de las calles aledañas que desembocan en ella y se alinearon las fachadas adquiriendo su aspecto actual.
En la novela la autora sitúa la entrada principal de la vivienda del protagonista en la calle Mayor. Y cuando hubo alborotos causados por la visita del obispo comunero Antonio de Acuña narra cómo se despejaron los soportales recogiendo los enseres de los puestos y talleres, que habitualmente cubrían su superficie, y se guardaron en los zaguanes.
También narra cómo sobre las columnas aparecieron pintadas o vítores en rojo. Anagramas que combinan las letras que forman la palabra «vitor» (viva), para recibir al obispo comunero.
EL CALLEJÓN DEL PELIGRO
Es una de tantas vías urbanas que se tapió en el s. XIX y desapareció literalmente en los ochenta del siglo pasado al levantarse las modernas viviendas que forman la actual plaza de los Irlandeses, a condición de que la comunicación entre las calles Mayor y Escritorios se recuperara a través de dicha plaza.
Los edificios y su plaza se levantaron sobre el callejón, la Posada de la Parra, que después sustituyó una carbonería, la antigua huerta y parte del claustro del Colegio de los Irlandeses.
Era este callejón, originado en el seno de la judería complutense, poseía una entrada estrecha, como correspondía a un adarve de tradición judía, que daba paso a corrales con salida a la calle Escritorios a través de otro adarve.
Era bien conocido por la cantidad de historias pavorosas que se contaban de él «un adarve oscuro y angosto «…lugar regado de sangre, escenario de robos y muertes, de duelos, riñas y ajustes de cuentas para estudiantes y pendencieros». Un lugar oscuro, sucio, estrecho y solitario propicio para cometer todo tipo de delitos a escondidas de testigos y de la autoridad.
A la entrada a la plaza de los Irlandeses desde la calle Mayor se conserva adosada al muro la antigua puerta de la histórica posada, y junto a ella, una placa con la siguiente leyenda «La Posada de la Parra y el callejón del Peligro con el Patio de los Irlandeses son mi gozo y mi retiro», donde se recuerdan estos lugares tan emblemáticos ya desaparecidos.
En la novela la autora narra un episodio espeluznante que tiene como protagonista a este adarve tan peligroso donde «…se abren unos corrales lóbregos y malolientes, y más allá otra calleja igual de tétrica que desemboca en la calle de los Escritorios.»
CALLE CARMEN CALZADO
Según la historiadora alcalaína Mª Jesús Vázquez Madruga hubo épocas en las que las autoridades no se ocupaban de nombrar las calles, y una dirección la marcaba un personaje importante, un oficio, o un suceso que distinguía el lugar de los demás.
La estructura gremial de la calle Mayor queda reflejada en las antiguas denominaciones de las vías que desembocan en ella: de los Manteros, Alojería, Tocinería, Cerrajeros, Carnicerías, Tahona, Limoneros.
La de la Tercia –por el impuesto que en ella se cobraba- de las Carnecerías, del Matadero, de la Pescadería, de las Tenerías, del Tinte, de la Cárcel o de los Libreros, por oficios tradicionales ejercidos durante siglos.
Con la creación de la Universidad y la construcción de colegios y conventos, muchas calles tomaron sus nombres: de los Trinitarios, de Santa Catalina, de Santa Úrsula, de los Colegios, de las Bernardas, y de Carmen Calzado, como la que nos ocupa, por encontrarse en ella el convento de Carmelitas Calzados fundado en 1563, con posterioridad a la sublevación de las Comunidades cuando se llamaba de los Manteros por albergar a comerciantes de ese gremio.
En la esquina de la calle Mayor con la calle Carmen Calzado, entonces de los Manteros, se encuentran las casas escogidas por la autora para ubicar los negocios y viviendas de los protagonistas alcalaínos. Así la entrada de carruajes de la vivienda del comerciante de paños Alonso de Deza se encuentra en esta calle, y también la vivienda y el negocio del sastre Pedro de León, y el del zapatero Campos.
A la vivienda del sastre se accede desde el patio del comerciante de paños sobre el que tiene servidumbre de corral, huerto y pozo. Así que son vecinos bien avenidos que comparten suelo y agua. A dicha calle sacan la mesa del taller del sastre para trabajar fuera en los días de verano.
LA PUERTA DE GUADALAJARA
La desaparecida puerta de Guadalajara, llamada así porque por ella se accedía al camino de Guadalajara, a partir de 1568 se denominó de los Mártires porque ese año por ella entró la comitiva que transportaba las reliquias de los Santos Niños, patronos de Alcalá, cuando las retornaron desde Huesca.
Se encontraba entre las dos esquinas que marcan el final de la calle Libreros; la de la fachada del colegio Máximo de Jesuitas y la del colegio de Los Verdes. Era una de las puertas más importantes del recinto amurallado.
Como todas consistía en un simple torreón defensivo de sillares de piedra y ladrillo con matacanes y almenas abierto en su parte inferior, con alguna habitación aneja habilitada para el servicio de la puerta.
Ésta había sido decorada, según relata el historiador cordobés Ambrosio de Morales, con pinturas murales, cuadros, esculturas, estandartes, etc. por lo cual, y a pesar de la modestia de su fábrica, debió de presentar aquel día un aspecto impresionante.
En conmemoración de la entrada de las reliquias se habilitó como ermita un edificio anejo de tamaño y valor arquitectónico modesto ya que no fue un templo construido ex profeso sino destinado a dar servicio a las actividades que se realizaban en la puerta.
Dicha ermita de los Santos Niños se encontraba, según el dibujo de Alcalá de 1668 de Pier María Baldi, embutida en la esquina entre las dos alas del Colegio de los Verdes, donde hoy se encuentra una farmacia.
Llegó a ser utilizada en ocasiones como almacén, hasta que en el s. XIX fue desamortizada, devuelta a la Iglesia en 1851 y demolida junto con la puerta dos años más tarde.
Como ya se ha contado anteriormente, esta es una de las dos puertas de la muralla complutense que tuvieron un papel fundamental en el conflicto de las Comunidades.
En ella se apostaron los comuneros para resistir el asedio de las tropas del duque del Infantado, leal a la Corona, que llegaron primero y tomaron la puerta sin lucha. Quedando a la espera de la llegada de las tropas comuneras procedentes de Madrid Y Toledo.
Textos e imágenes por @complumiradas
Leído por Arancha