La Semana Santa alcalaína fue declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional en 2019, antes ya era Fiesta de Interés Turístico Regional. Más de 100.000 asistentes, entre vecinos y visitantes presencian cada año las procesiones complutenses. Entre el Viernes de Dolores y el Domingo de Resurrección, 4.000 penitentes de 10 cofradías, la más antigua del s. XVI y la más joven del 2016 recorren las calles del casco histórico en 15 procesiones y un vía crucis.
Las procesiones de la Semana Santa se celebran en Alcalá de Henares desde el siglo XVII. Temporalmente fueron suprimidas durante la Guerra de la Independencia y la Guerra Civil, momentos en que desaparecieron la mayoría de las cofradías penitenciales y sus archivos.
A finales del siglo XX hubo un resurgimiento notable, incrementándose el número de hermandades, de pasos procesionales, de cofrades y de visitantes atraídos por esta tradición religiosa, que en la Semana Santa complutense combina el fervor popular con la belleza artística, tanto de los templos o antiguos colegios de donde salen los pasos, todos edificios de gran interés histórico artístico como la Catedral Magistral, la Iglesia de Santa María, la ermita del Cristo de los Doctrinos, y diversos monasterios y conventos, como de los itinerarios procesionales que transitan por rincones del casco histórico ofreciendo imágenes de gran belleza plástica , o de las tallas de los pasos, algunas de gran valor artístico como la del Cristo Universitario de los Doctrinos del siglo XVI atribuida al escultor manierista Domingo Beltrán (1535-1590), que procesiona cada Jueves Santo y se conserva en su ermita o la de la Soledad Coronada, obra del imaginero Antonio Castillo Lastrucci (1878-1967), que procesiona el Viernes Santo.
Suelo consultar, como en este caso, los escritos del investigador alcalaíno José Carlos Canalda gran estudioso, amante y divulgador de temas complutenses, especialmente éste, aunque para no extenderme en la bibliografía citaré la última obra publicada sobre la materia: «Cuatro siglos de historia. La Semana Santa de Alcalá, de interés» del Cronista Oficial de la Ciudad Vicente Sánchez Moltó, 2019. Un resumen de la historia de la Semana Santa complutense, las vicisitudes de las cofradías, los pasos y las procesiones, que se remonta al siglo XV, sufre prohibiciones desde el año 1931 hasta 1939, y tiene altibajos en los años 20 y 70 del pasado siglo hasta llegar a la actualidad. Todo ello narrado con el rigor y precisión que caracterizan los escritos del cronista.
Tras esta breve introducción me centraré en hablar de la «otra» Semana Santa, la de «antaño» como la llaman alcalaínos que han escrito sobre ella desde un plano personal, narrando sus recuerdos de infancia y juventud acontecidos a lo largo del siglo pasado, y que algunos aún recordarán. Para los no tan jóvenes quedarán muy lejos, si los han vivido, no tanto para los mayores a cuya memoria, curiosamente, acuden los recuerdos de la niñez más nítidos que los recientes.
Hay que aclarar que era aquélla una Semana Santa típica de la las ciudades castellanas, severa, sobria y recatada en costumbres acorde con la religiosidad oficial imperante que lo impregnaba todo dentro y fuera del ámbito familiar. Este es uno de los puntos en que coinciden todos los testimonios. La vida pública era inexistente, se reducía a los oficios religiosos solemnes realizados en iglesias abarrotadas de feligreses rezando. Estaba mal visto acudir a bares y restaurantes, en general salir a divertirse. Cuenta el escritor Fernando Sancho Huerta (1892-1976) que las mesas de billar se cubrían con una funda, sobre la que en forma de cruz se colocaban los tacos y entre los brazos las tres bolas. Incluso la música radiada cambiaba de género, limitándose a emitir música sacra o clásica. Cuando llegó la televisión en los 60 el panorama era parecido. Emitían música sacra, oficios religiosos, procesiones y películas que contaban la Historia Sagrada. Igual ocurría en los cines de donde desaparecían las películas de vaqueros y gánster y se programaban películas sobre la Pasión de Cristo. Se lamentan al unísono de que ni siquiera se podía cantar ni hablar en voz alta. «¡Niño que se ha muerto Dios! «, acompañado de un pescozón -confiesa el periodista alcalaíno José Mª Pinilla- te reprendían si se te ocurría alzar la voz. Había que mostrar respeto y recogimiento hasta que llegaba el deseado Domingo de Resurrección cuando se programaban los estrenos cinematográficos de Cifesa y Juan de Orduña. Según el periodista, las películas americanas llegaban a los cines españoles con cinco años de retraso, previo paso por la censura.
A los no católicos aquella expresión de religiosidad les parecía algo artificiosa y procuraban mantenerse al margen en la medida de lo posible. De nuevo explica el autor de Bagatelas, que no todos los alcalaínos cumplían con el respeto debido a los días santos. Comenzado el siglo, en el viejo café Entralgo los republicanos históricos de la ciudad, devoraban tras los cristales rizados del café hermosas chuletas de cerdo. Lo cual era visto como un escándalo ya que la vigilia imperaba en todos los ámbitos. Y con sorna añadía que la única carne que comía era la de membrillo y el tocino de cielo.
La sobriedad de la Semana de Pasión castellana también se dejaba sentir en la gastronomía complutense que comenzaba ya en el periodo previo de Cuaresma con los potajes y demás platos de vigilia, que los preceptos religiosos imponía a los creyentes. Y no era asunto menor la ornamentación de las calles. José Mª Pinilla recuerda como los balcones de la calle Mayor y Libreros se engalanaban, haciendo una distinción con toques clasistas al indicar que lucían la bandera nacional los de los vecinos más pudientes, y una sábana blanca con crespón negro en el centro los más humildes.
También hace referencia a una actividad que los niños realizaban en pandilla el Jueves Santo, costumbre del s. XVI que consistía en «recorrer monumentos» después de comulgar. Los llamados «monumentos de Semana Santa» o «monumentos pascuales» constituyen una singularidad dentro de las arquitecturas efímeras por tratarse de un montaje escenográfico coyuntural.
Así llamaban a un altar singular que se instalaba en las iglesias durante ese día, en el que se situaba un arca pequeña, a manera de sepulcro, en donde se colocaba la segunda hostia que se había consagrado en la misa del Jueves Santo y se preservaba hasta los oficios del Viernes Santo, cuando se consumía. Los monumentos se podían adornar de muchas maneras y no había templo de pueblo ni villa española en donde no se montase uno. Con el paso del tiempo su ornamentación se fue recargando y acrecentando y las iglesias competían entre sí.
Estos monumentos se montaban la mañana del Jueves Santo y la costumbre era que estuviesen abiertos durante la noche del jueves al viernes. Casi todos los fieles se ataviaban con sus mejores galas y solían visitarlos durante la tarde-noche del Jueves Santo. Había que ir al menos a siete si querías cumplir y no tener problemas de conciencia -recuerda el periodista alcalaíno José Mª Pinilla- en la década de los 50.
El monumento de la Magistral se armaba normalmente en el trascoro. Las autoridades municipales acudían a ellas precedidos por los maceros. Aunque el que mejor recuerda Fernando Sancho era el de la capilla de los Escolapios que era una especie de cofre de plata sostenido por ángeles. Cada iglesia se especializaba en un sermón y los fieles abarrotaban los templos para escuchar al orador de turno.
Hoy en día los fieles practicantes siguen visitando siete iglesias entre el Jueves y el Viernes Santo en las que se coloca un monumento donde se expone el arca Eucarística para la adoración de los creyentes.
No hay duda de que el plato fuerte de la Semana Santa eran, son y serán las procesiones por ser el ámbito en el que la gente corriente expresa públicamente su religiosidad, mostrando con su devoción y participación el poder de convocatoria de estos actos religiosos.
No pretendo hacer un repaso exhaustivo de las cofradías y procesiones, pero sí creo necesaria una breve reseña de la del Santísimo Cristo Universitario de los Doctrinos, ya que al ser la más antigua algunas de las cosas que aquí se narran están relacionadas con ella.
Su fundación se remonta a 1660 y se mantuvo activa hasta 1936, aunque durante largos períodos de su existencia sólo procesionó esporádicamente. Tras la Guerra Civil fue la única que se mantuvo activa durante los primeros años de la posguerra, responsabilizándose de la organización de las procesiones de Semana Santa hasta que, a partir de finales de la década de 1940, comenzaron a resurgir algunas de las desaparecidas durante el conflicto. De 1977 a 1990, catorce años, la cofradía no intervino en los desfiles procesionales, retornando a ellos en 1991. De sus recuerdos en la década de los 60 refiere José Carlos Canalda el fuerte olor a incienso que acompañaba a esta procesión. El hábito que llevan sus cofrades, que procesionan con la cara descubierta, consta de un sayón negro con gola blanca de puntillas, como los estudiantes del Siglo de Oro, beca color rojo con el escudo del Cardenal Cisneros, birrete rematado con borlón rojo y guantes blancos.
De los estragos que causó la Guerra Civil en la imaginería religiosa complutense, empezó a recobrarse la celebración de la Semana Santa a principios de los 60. Dice José Carlos Canalda que fue un tímido florecimiento que con la llegada de la democracia volvió a declinar hasta su casi desaparición, y argumenta que tal declive coincidió con la Transición, al identificarse esta tradición con el régimen franquista que muchos deseaban olvidar.
Hasta 1988 no cambiaría la tendencia, y fue el Cristo de las Peñas, el más popular porque fue elegido para ser sacado en procesión por primera vez en 1988 por los peñistas alcalaínos, previa petición a las madres Carmelitas del convento de la Imagen donde mora, a instancias del entonces concejal de Festejos José Macías Soto. Presenciar la salida del paso a hombros de los anderos de esta hermandad arrastras para poder sortear el dintel de la angosta puerta del templo, complicada con la estrechez de la calle de la Imagen es, cuanto menos, una proeza digna de admiración.
A finales de los 60 se realizaba una única procesión general que salía el Viernes Santo, y en la que desfilaban agrupados los pocos pasos que podían hacerlo, cinco cofradías y siete pasos (en la actualidad hay diez cofradías y procesionan quince pasos). La procesión general acabó con las procesiones propias de cada cofradía. Y a mediados de los 70 solo quedaban cuatro que protagonizaban una procesión muy corta: el Cristo de Medinaceli, el de la Agonía, el Cristo yacente del Santo Entierro y la Virgen de la Soledad. No había procesiones a diario, y menos aún mañana y tarde. Tenía más sentido hacerlo así, pues con el número de cofradías actual una única procesión sería interminable y muy difícil de organizar.
La procesión del Silencio era la única que desfilaba sola con su hermandad la madrugada del Viernes Santo. También sobre esta procesión hay unanimidad en los recuerdos. A la «chiquillería complutense» de entonces se les quedó grabado en la memoria el silencio guardado a su paso, solo roto por el ruido de las cadenas arrastradas por los penitentes, entre ellos algunas mujeres con el rostro cubierto con un velo negro o portando una tosca cruz de madera a cuestas. Todos ellos se sentían intimidados ante la presencia de los nazarenos y penitentes cubiertos con capirotes. Hoy en día se compensa el espectáculo tenebroso que ofrece la procesión del silencio con otro más amable para la infancia, el que presenta la procesión de la borriquilla el Domingo de Ramos.
Se convirtió en tradición la presencia de soldados desfilando o portando imágenes en una ciudad que albergaba diez acuartelamientos de mayor o menor tamaño «…la Semana Santa alcalaína quedaba impregnada de un tradicional color caqui (…) que se intensificaba a la hora de las procesiones», y continúa diciendo Jose Mª Pinilla, «…les llevaban formados en grupos de veinte o treinta, con las manos enguantadas en blanco, y cubrían carrera por la calle Mayor, Plaza de Cervantes y Libreros con sus cascos metálicos, correajes negros y mosquetones Mauser con los machetes montados», o como lo expresa José Carlos Canalda «haciendo carrera a lo largo del recorrido de la procesión con los fusiles a la funerala, boca abajo». Actualmente la BRIPAC continua acompañando a los pasos en Semana Santa, aunque la presencia militar en la ciudad se ha reducido considerablemente.
No solo procesionaba la milicia, también las alumnas de las Escolapias y las Filipenses vestidas de uniforme, representantes de las autoridades municipal, militar y eclesiástico, y junto a ellos, familias que con gran recato en el atuendo, mantillas y peinetas, aportaban más solemnidad al cortejo. Hasta la Guardia Civil participaba en el acto, cuando custodiaba, Cetme en ristre, el paso del Cristo de los Doctrinos cerrando la procesión.
Pero la más emotiva de todas las expresiones populares de que se da testimonio durante la Semana de Pasión, es la del canto de saetas desde algún balcón de la calle Libreros o Mayor, aunque la más conmovedora que se cantó durante años fue la dedicada al Santísimo Cristo Universitario de los Doctrinos cuando pasaba frente a la cárcel que se encontraba en la calle Colegios antes de arder en un incendio en 1974. Era impresionante aquella parada nocturna, que hacía el Cristo de vuelta a la ermita, frente al portón de la antigua cárcel, hoy acceso a la cafetería del Parador, para que el preso al que la Hermandad condonaba la pena carcelaria por su arrepentimiento, se la cantara a través del ventanuco. Los indultos de Semana Santa son una tradición desde Carlos III, 1759, cuando permitió que las cofradías los solicitaran para los presos.
Y he dejado para el final, como en una comida, el postre con los recuerdos más dulces que almacenaron aquellos niños golosos en su memoria, los de aquellos pasteles típicos que hacían más llevadera la dureza de la vigilia gastronómica. Junto a los potajes libres de carne, en cada casa se hacían torrijas, cuya vinculación con la Semana Santa tiene que ver, según unos, con aprovechamiento del sobrante de pan en los día de vigilia. Para otros fueron inventadas por las monjas con intención de llenar el estómago con algo ligero pero contundente tras días de abstinencia.
Fernando Sancho Huerta también alababa los postres que las beatitas del Convento de las Clarisas de San Diego, también llamadas «almendreras», elaboraban a principios del siglo pasado junto a los manguitos rellenos de almendras «garapiñadas»,que aún hoy dispensan desde la clausura a través de un torno situado en la entrada del convento de la calle Beatas (1617).
La aportación gastronómica a la Semana Santa de este siglo, de momento, son los «penitentes» creados basándose en una receta de poco más de tres siglos, tal y como la describió el Real repostero Juan de la Mata en 1747, en su libro de recetas «Arte de Repostería», y que durante varios años la Concejalía de Turismo promocionó entre los que visitaban nuestra ciudad y que estos días se pueden encontrar en las confiterías.
También en 2019 el lunes de Pascua, la Asociación de Vecinos del Val y la Asociación Cultural Hijos y Amigos de Alcalá volvían a celebrar la Fiesta del Hornazo, un bollo dulce con un huevo cocido en medio, organizada por la Junta Municipal del distrito V, que el grupo de música tradicional complutense Pliego del Cordel amenizaba junto a la ermita del Val, recuperando por segunda vez la tradición de preparar el hornazo por estas fechas ya que como los huevos eran considerados «carne», al no poderse consumir durante la Pascua se cocían para conservarlos y comerlos el Lunes de Pascua, ya terminada la Semana Santa.
Textos e imágenes de Complumiradas.
Leído por Olalla García (Traductora, profesora de literatura y escritora alcalaína).