Además de las tradicionales visitas a los cementerios para estar en consonancia con el nuevo espíritu que celebra la víspera de Todos los Santos, All Hallow’s Eve o Halloween en modo anglosajón, y que tanto gusta celebrar hoy en día, propongo un itinerario muy «halloweeniano» por algunos lugares complutenses.
La riqueza histórica de Alcalá y la diversidad de sus pobladores han hecho posible que gentes de la más variada procedencia y condición: judíos, moriscos, alquimistas, ermitaños, santos, endemoniados, brujas, hechiceros, frailes, condenados, beatos etc. protagonizaran vivencias relacionadas con el sufrimiento, la magia o el misterio dignas de figurar en el mejor catálogo de fenómenos extraños, y con el atractivo de haber ocurrido en edificios históricos como cárceles, conventos, templos, o calles del mismo casco histórico donde vivieron algunos de los personajes que los protagonizaron.
Comienza el itinerario en la calle Beatas donde está la escultura del arzobispo Alonso Carrillo (1410-1482), el arzobispo alquimista, disciplina esotérica que se remonta a los tiempos de las primeras civilizaciones, traída a Europa por los árabes, y relacionada con las transmutaciones de la materia, cuyo dominio ha sido perseguido por el hombre en su búsqueda de la esencia divina. La ciudad de los arzobispos de Toledo fue un gran centro de origen y transmisión del saber de toda clase de ciencias, entre ellas las ocultas, la astrología, la nigromancia y la alquimia, y el arzobispo Carrillo fue un gran aficionado a estas ciencias ocultas.
Según su biógrafo Esteve Barba, «deseaba ser admirado por todos» en su búsqueda de la alquimia. Tenía en el Palacio Arzobispal un cuarto lleno de «objetos extraños», siendo éste considerado un centro de esoterismo. Probablemente estuviese en el sótano bajo el torreón ochavado ese lugar donde practicó la nigromancia y la alquimia en compañía del famoso alquimista Hernando de Alarcón a quien protegió hasta que fue decapitado en Toledo. Su inclinación por las profecías le hicieron traer a Alcalá a fray Alonso Sartor que tenía ese don y le predijo que le sucedería el cardenal Fonseca.
Cuando murió fue enterrado en el desaparecido monasterio franciscano de Santa María de Jesús situado en la plaza de San Diego, hoy biblioteca de la Universidad, su sepulcro se colocó en la nave principal, en una capilla-nicho y exactamente bajo una ojiva en cuya clave se encontraba una representación, sacada de bestiarios medievales, de un pelícano abriéndose el pecho a picotazos dando de beber su propia sangre a sus hijos, y la inscripción: «si el alma no se perdiere lo que esta ave se hiciere». Colocado allí fortuitamente o no, representaba su imagen el líquido que fluye del pelícano que no es otro que la sangre, la fuerza de la vida, la energía, y el poder supremo utilizado en magia negra como ofrenda a los dioses.
Rezando una vez Cisneros sobre su sepulcro lloró al verlo y mandó cambiarlo de sitio. Una reproducción fiel de la imagen del pelícano y la inscripción que mostraba la clave de la ojiva se encuentra al pie de su estatua en la calle Beatas. Sus restos descansan bajo una lápida a los pies de la nave central de la Catedral a donde fue trasladado en el XIX y su sepulcro, restaurado tras el incendio que sufrió el templo en la Guerra Civil, se encuentra en el Museo Diocesano de la Catedral.
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