Se aproximan dos fechas muy destacadas en la biografía de la complutense Catalina de Aragón, una de las soberanas más queridas en la historia de Inglaterra, que nació el 16 de diciembre en el Palacio Arzobispal en 1485, y falleció el 7 de enero, en el Castillo de Kimbolton, en Reino Unido, en 1536.
En una esquina de la Plaza de las Bernardas se encuentra el que denomino rincón Tudor por dos elementos que hay en ella. El balcón de ese estilo que armoniosamente adosó el polifacético Manuel Laredo al torreón de Tenorio durante una reforma en el s.XIX, y la escultura que recuerda a Catalina de Aragón, quien fue Infanta de Castilla y Aragón, princesa de Gales, regente y reina consorte de Inglaterra por sus dos matrimonios con sendos príncipes herederos de la dinastía Tudor. Primero con Arturo, fallecido prematuramente y, luego con su hermano Enrique VIII, el más mediático, diríamos hoy, de todos los monarcas ingleses.
Ambos elementos artísticos armonizan y crean una atmósfera que convierte este espacio en uno de los rincones más celebrados por alcalaínos y foráneos. Además, se encuentra rodeado por los muros históricos del que fuera Colegio convento de dominicos de la Madre de Dios (Museo Arqueológico Regional), la iglesia del monasterio cisterciense de San Bernardo y el propio Palacio Arzobispal. Todo en conjunto hace que la plaza de las Bernardas sea una de las más hermosas de Alcalá.
La estatua de Catalina es obra del escultor canario Manuel González Muñoz (1965), y fue colocada en 2007 a los pies del torreón más bello de los tres que conserva el Palacio Arzobispal, para señalar el lugar de su nacimiento. Representa a la infanta como la jovencita que fue mientras vivió en Alcalá, pues siendo adulta jamás pisó la ciudad complutense, ni ninguna otra del reino, ya que con 15 años partió para casarse con el primogénito y heredero al trono inglés, con quien estaba prometida desde los dos años por cuestiones de alianzas políticas.
Con anterioridad, solo una placa en el lateral de dicho torreón recodaba el lugar de nacimiento de tan insigne personaje, que se había colocado en 1985 con motivo del V centenario de su nacimiento.
Otros espacios urbanos complutenses también recuerdan a la hija menor de los Reyes Católicos. La calle Infanta Catalina, que está situada en el antiguo barrio cristiano del casco histórico, es una calle medieval de 109 metros que comunica con otras tres calles muy destacadas del casco histórico, la Calle Damas, Empecinado y Vaqueras. Antes había sido la calle de la Enseñanza y de las Recogidas pues allí estuvo en el siglo XVII una fundación creada para recoger a las prostitutas que querían cambiar de vida, como aún puede verse en la inscripción de la fachada de dicha edificación.
Desde 1976 un Centro Público de Enseñanza Primaria situado en la calle San Vidal también lleva el nombre de Infanta Catalina. Este centro quiso inmortalizar el apadrinamiento que hicieron del vecino Parque de la Duquesa y encargaron un gran mural al artista segoviano formado en Alcalá, Manuel Cardiel, que plasmó una imagen de la Infanta Catalina rodeada de naturaleza.
Catalina de Aragón nació la madrugada lluviosa del 16 de diciembre de 1485 en el Palacio Arzobispal durante una de las estancias que la corte itinerante de los Reyes Católicos pasaba en Alcalá. Su madre tenía 34 años y estaba inmersa en plena conquista del Reino de Granada, de donde procedía para pasar el invierno en Alcalá. Los reyes escogieron nuestra ciudad como lugar de nacimiento para el que sería su quinto y último vástago que resultó ser una niña de ojos azules, tez pálida, cara redonda y cabello castaño claro, muy parecida a su madre, a quien pusieron el nombre de su bisabuela materna, Catalina de Lancaster.
Fue bautizada por el influyente arzobispo de Toledo Pedro González de Mendoza (1428-1495), llamado en aquellos tiempos “el tercer rey de España”, en la entonces iglesia colegiata de San Justo y Pastor. Para tal acontecimiento el cardenal organizó grandes festejos en el palacio, y justas y torneos en toda Alcalá. El 22 de febrero de 1486, con dos meses de edad, Catalina abandonó la villa con la corte y pasó sus primeros años en la campaña de la toma de Granada.
Al principio en el campamento de Santa Fe, cuartel general cristiano, y a partir de 1492, una vez conquistada la ciudad de Granada, en el palacio de la Alhambra. Tenía entonces siete años de edad cuando entró con sus padres en la antigua capital del reino nazarí recibiendo como recuerdo el emblema heráldico de la granada, que llegó a figurar durante algún tiempo en el escudo de Inglaterra, junto al de la casa Tudor.
Tan solo volvió a Alcalá brevemente en agosto de 1494, camino de Guadalajara, y de nuevo en la primavera de 1497. Siempre en el seno de la corte itinerante con la que volvió por última vez el 8 de noviembre, permaneciendo en nuestra ciudad hasta el 23 de abril de 1498.
En ese tiempo, y a pesar de las difíciles condiciones de vida que suponía vivir en la corte itinerante de un reino en expansión, no impidieron que la joven infanta recibiera una educación acorde con su rango. Tanto en Alcalá como en el resto de las ciudades del reino donde se alojaba, Catalina recibió una educación totalmente renacentista pues hablaba, además de griego y francés, latín, que aprendió de la joven Beatriz Galindo (conocida como “la Latina”), traída de Salamanca por la reina; también estudió música, pintura, dibujo, heráldica, teología e historia, y era una gran lectora. Muy acertado estuvo el citado escultor Manuel González al representarla con un libro entre las manos.
Para hacerse una idea del ambiente que reinaba en el Palacio Arzobispal en el que se desenvolvía la joven Catalina hay que decir que como alojamiento de los monarcas, era el lugar donde se recibía a embajadores de las cortes europeas y a los demás miembros de la numerosa familia real. Es por ello que uno de los salones más bellamente decorados del palacio se llamó Salón de Isabel la Católica.
Tres años después de su última visita a Alcalá, con solo quince años, Catalina salió de Castilla el 17 de agosto de 1501 rumbo a La Coruña para dirigirse a la corte inglesa y contraer matrimonio con Arturo, Príncipe de Gales, en la catedral de San Pablo, en Londres. Enviudó pocos meses después, quedando en la corte inglesa durante siete años sin función determinada, aunque ejercía de embajadora de la Corona de Castilla, mientras las dos monarquías, castellana e inglesa, debatían qué hacer con la joven viuda.
Tras su matrimonio con el hermano de su difunto esposo, Enrique VIII, y al no conseguir un heredero varón, éste se autoconcedió la nulidad matrimonial para poder casarse con una de las damas de compañía de la reina. Acto seguido se produjo el repudio de Catalina de Aragón, quien guardaría amor y respeto hacia el rey hasta el fin de sus días, y la ruptura de Inglaterra con la Iglesia de Roma.
Que Alcalá fuera la ciudad natal de la reina consorte más querida por los ingleses es la razón por la cual la ciudad inglesa de Peterborough celebra un festival anual en honor de Catalina, y también que esté hermanada con Alcalá de Henares desde el 10 de octubre de 1986. Catalina fue enviada al castillo de Kimbolton en 1534 tras negarse a admitir la anulación de su matrimonio de 24 años con Enrique VIII y allí murió un 29 de enero, dos años después. Fue enterrada en la abadía de Peterborough por expreso deseo del rey, y por ello se libró de ser arrasada con el resto de las abadías católicas de todo el país, convirtiéndola en catedral.
Se explica la presencia permanente de granadas en su lejana sepultura en tierra inglesa, custodiada por el pabellón real inglés a un lado y el de los Reyes Católicos al otro, por ser la granada imagen distintiva de la monarquía española desde la Edad Media, y símbolo desde la conquista del reino nazarí de la unificación territorial y del poder real. Hoy en día es símbolo de la Casa real Española en Inglaterra.
Se cuenta que la reina Isabel solía llevar, prendidas de su vestido, unas pequeñas ramitas de granado y que sus hijas pequeñas tomaron la costumbre de llevar como divisa las mismas ramitas de granado. Paradójicamente, la granada también es un antiguo símbolo de fertilidad y regeneración, y aunque Catalina engendró varios varones que pudieron ser los herederos al trono inglés que tanto anhelaba Enrique VIII, ninguno sobrevivió, hecho que decidió el desafortunado destino de la infanta castellana.
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